Blog Antonio Argandoña.-Eso me decía un amigo esta mañana. Me he resistido todo lo que he podido, pero acabo de charlar con mi colega del IESE, la profesora Nuria Mas, y al fin me he decidido. El lector ya debe saber, más o menos, de qué va. Chipre es una pequeña economía de la zona euro; ha experimentado su burbuja, sus bancos han crecido por encima de todo lo sensato y han comprado mucha deuda griega, generosamente financiados por enormes cifras de depósitos procedentes, sobre todo, de Rusia –dicen que de dinero negro procedente de ese país. Han tenido su crisis bancaria, parecida a la de Islandia, de Irlanda y de España, aunque con sus peculiaridades, porque no hay dos crisis iguales. Han pedido ayuda a la Unión Europea, al Banco Central Europeo y al Fondo Monetario Internacional, y se la han dado. Con una condición: los depositantes en los bancos chipriotas deben cargar con una parte de la pérdida: un 9,9% los depósitos de más de 100.000 euros y un 6,75% los de menos de esa cifra, a cambio de unas acciones de sus bancos que, a estas alturas, no creo que valgan gran cosa.
¿Es lógico? Sí. A los que van a aportar los fondos para el salvamento de Chipre no les hace ni pizca de gracia ayudar a los oligarcas rusos. Que paguen también ellos (que representan el 29% de los depósitos de los bancos chipriotas). También parece lógico que los deudores se vayan acostumbrando a hacer las cosas bien –aunque esto vale para los bancos y para el gobierno, no para los depositantes; el 63% de los depósitos en los bancos chipriotas son de los propios nacionales, y no tiene mucho sentido pedir a la portera de la casa de al lado que se interese por la calidad de su banco y por sus operaciones.
¿Es justo? No, no lo es. A la portera de la esquina le han quitado el 6,75% de su dinero, con la excusa de hacer pagar a los rusos. Hasta 100.000 euros de depósitos estaban protegidos por el fondo de garantía de depósitos, de modo que se ha aplicado con carácter retroactivo una ley que elimina una parte importante de ese seguro (y que en su lugar le den acciones devaluadas es una pobre excusa). Y no olvidemos que entre los rusos puede haber alguna honrada ama de casa a las que su sobrino economista le convenció que guardase su dinero legítimo en Chipre, entre otras razones porque estaba protegido por el seguro de depósitos.
¿Está justificado? Sí, por razones políticas: la señora Merkel no quiere que sus conciudadanos le reprochen haber ayudado a los oligarcas rusos o a los impresentables chipriotas. Bueno, la señora Merkel es aquí simplemente la representante del punto de vista de muchos ciudadanos de su país y de otros países de la zona euro. Y la troika habrá apretado hasta el límite, de modo que el gobierno chipriota se habrá visto obligado a aceptar las condiciones, aunque sean ilegales e injustas. A la fuerza ahorcan, dice el refrán español.
¿Te parece bien la medida? No, aunque estoy dispuesto a admitir que al gobierno chipriota no le ha quedado otro remedio. Pero ahora estoy pensando en los acreedores, en la troika. La ley es la ley, y es para todos; si la ley chipriota protege también a los oligarcas rusos, pues… hay que cumplirla, porque así es el estado de derecho. Esto no siempre lo aceptamos: en este país estamos acostumbrados a los linchamientos mediáticos, que eliminan los más elementales derechos del presunto culpable, por aquello de que es culpable, aunque luego se demuestre que no lo era; pero entonces nadie entona el mea culpa. Pero, además, este caso tiene muchas derivaciones importantes. Porque se hubiese podido aplicar también a otros países, entre ellos el nuestro; y si la ley de los chipriotas es la ley, la ley de los españoles también lo es, y no merece menos respeto que la de los alemanes. A donde voy, en definitiva, es a que los gobiernos y los organismos internacionales tienen que ser muy cuidadosos en el cumplimiento de la legalidad, y no omitirla por razones de rapidez, eficiencia económica o ejemplaridad. Entre otras razones porque, tal como han actuado en este caso, han sembrado una duda profunda sobre los derechos de cualquier acreedor en cualquier situación, sea la de la banca irlandesa o la de la deuda pública española. La zona euro es, desde hace un par de días, un zona de baja protección jurídica. Si después de esto reaparecen las turbulencias financieras y sube la prima de riesgo, no nos quejemos.
“Un hombre para la eternidad” es una obra de teatro y una famosa película de Fred Zinnemann, que cuenta la vida de Tomás Moro, el que fue Gran Canciller de Inglaterra y que acabó perdiendo la cabeza (físicamente) en tiempos de Enrique VIII. En un momento de la obra –y no la tengo a mano para buscar la frase exacta-, alguien reprocha a Moro que sea escrupuloso en el cumplimiento de la ley contra los hombres que están tratando de acabar con su vida. Y Moro dice algo así como que él concedería el derecho de la ley al mismo diablo, porque, si el diablo se revuelve contra él, su única protección, en esta vida, está en la ley. Robert Bolt, el autor de la obra de teatro, tenía una idea muy clara de lo que significa cumplir la ley y respetar los procesos: son nuestra garantía última, incluso cuando nos enfrentamos con las mismas fuerzas del mal. Claro que es más difícil conseguir lo que se desea actuando dentro de la ley. Pero se supone que a los políticos les pagamos para que hagan precisamente esto. Y si no es así, ¿por qué nos quejamos de los corruptos?