Siento nostalgia por la libertad de expresión Blog Antonio Argandoña

¡Aquellos tiempos en que los ciudadanos participaban, más o menos, de unas ideas liberales (liberales en el sentido clásico, no el moderno liberalismo que es el nombre que en Estados Unidos dan a la socialdemocracia)! ¿Dónde ha quedado la libertad de expresión? Edward Luce lo comentaba, el pasado 30 de noviembre, en el Financial Times, en un artículo que titulaba “El auge de la intolerancia liberal”. Y no es el único que he leído en este sentido, en las últimas semanas, referidos, sobre todo a las universidades anglosajonas… y me parece que también a las españolas.

El problema es lo políticamente correcto. En su nombre, se silencia el debate: no está bien visto discutir lo referente a las minorías, de cualquier tipo (bueno, en España uno puede meterse con los católicos). No se puede defender la verdad, que no existe, es solo una alucinación en la que incurren los dogmáticos. Luce comenta que en la Universidad de Princeton han pedido formalmente que se borre la memoria del Presidente Woodrow Wilson, que fue, además, presidente de esa universidad. ¿Causa? Reintrodujo la segregación racial en la administración pública. Y comenta Luce: “una vez que has comenzado a eliminar nombres, el viaje no tiene fin”: nadie se salva. Bueno, los de izquierdas se salvan siempre; Stalin sigue siendo una figura admirada, aunque acabó con la vida de más ciudadanos rusos y de los países limítrofes que cualquier otro tirano, con la excepción, quizás de Mao, otra figura mítica.

“La educación superior trata de inculcar el espíritu curioso y fortalecer la mente ante la confusión exterior. Pero las universidades norteamericanas se están moviendo en sentido contrario”. Y las de fuera de Estados Unidos también. No se puede decir nada que pueda herir al otro. Una vez que alguien se dedica a proteger a una minoría, los intereses creados se multiplican.

Acabo con tres preguntas. Una: ¿cómo podemos formar bien a nuestros universitarios, si les enseñamos a no hablar con claridad y a ocultar los argumentos? Dos: ¿cómo vamos a negociar con los terroristas, si no podemos hablar de lo que ellos consideran que es la verdad (quizás porque nosotros no tenemos ninguna verdad que poner sobre la mesa)? Y tres: ¿cómo vamos a conseguir llegar a acuerdos en un país políticamente fraccionado, si no se puede hablar de lo que cada uno considera que es verdad? Claro, al final el debate será solo sobre intereses: qué me das a cambio de qué. Y ahí gana siempre el más fuerte.

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