Perdono pero no olvido.

Fuente:Marketing de valores. José Miguel Ponce.

Qué difícil es educar nuestra naturaleza!

¡Qué difícil es la autoeducación! Proponerse, crecer, y cumplir lo propuesto.

¡Qué difícil es perdonar!

Yo he descubierto que trabajando en dos campos distintos, el perdonar se va haciendo un estilo de vida.

Un campo es el humano. Cuanto más seamos capaces de entender nuestra propia limitación y pobreza, tanto más fácil será comprender la limitación y pobreza del otro. El desafío consiste en hacer el esfuerzo de quitarse todo el ropaje propio, para ponerse en el corazón y la mente del otro. Si evaluamos al otro basándonos en las cosas buenas que hacemos nosotros, nunca lograremos avanzar. Se trata de comprender al otro desde su propia naturaleza, desde su historia, desde su riqueza y sus limitaciones. Así podremos comprender (no digo justificar) sus falencias, y aquellos actos que nos duelen del otro. Si entendiéramos esto y lo viviéramos, nuestra vida sería mucho más feliz.

Consiste en un ejercicio diario. Cuanto más trabajamos este campo, tanto más sencillo nos resultará ser empáticos con aquellos que sentimos que nos ofenden.

El otro campo es el de la fe. La teoría es muy fácil. Si Jesús nos perdonó todo, cómo no vamos a perdonar nosotros. Pero la ecuación no es tan fácil. Siempre necesitamos de un apoyo humano, natural, para fortalecer el plano de la fe. Siempre van ambos integrados. Naturaleza y gracia. Espiritualidad y humanidad. Dios y la comunidad. Siempre deben ir entrelazados orgánicamente. 

Cuando la mente quiere perdonar, pero el corazón no acompaña

Me ha sucedido que me costó mucho perdonar de corazón a una persona que me hizo mucho daño, aunque la mente, la voluntad, ya le habían perdonado. En el fondo, aunque no estaba feliz con esta dicotomía, estaba muy tranquilo con mi conciencia, porque la voluntad estaba firme en el perdón, pero ese perdón del corazón ya no estaba bajo mi control. Necesitaba ayuda del cielo. Y esto duró por mucho tiempo.

Hasta que en un retiro de Semana Santa, Dios me regaló la gracia que yo le estaba pidiendo, y mi corazón pudo perdonar. Y quedé liberado.

¿Perdono pero no olvido?

Lo hemos escuchado miles de veces. Perdono pero no olvido. Pero esto no es lo que nos plantea Jesús el Viernes Santo.

Cuando Dios perdona, olvida, y esa debe ser la meta del cristiano. El amor radical, pero respetando nuestros procesos humanos.

Teniendo presente la importancia de comprender al otro en su propia realidad, y abriendo el corazón a Jesús, que se encuentra colgando en la cruz para salvarme, perdonar y olvidar, no es imposible. Y el tiempo ayuda.

Ir al encuentro del otro

Dios nos moviliza a ir al encuentro del otro, a pesar de sentirnos nosotros los ofendidos. 

Todos tenemos un momento en el que Dios nos dice: Llámala. Ve a visitarla. Háblale de algo. Haz algo. Dale un café. Pregúntale si hace frío.

El sentirte inocente no te exime del esfuerzo. 

Hay alguien que dio mucho más por ti y por mí.

Tocar el timbre

En una ocasión había una persona muy enojada conmigo. Yo en mi corazón no tenía nada en su contra. Pero me llegó el mensaje de que no se me ocurriera volver a su casa. Cuando pude, me acerqué a su casa, y toqué timbre. Me abrieron, entré, nos saludamos, hablamos un poco, y todo se solucionó, como si no hubiera pasado nada.

Al tocar el timbre, al llamar por teléfono, uno sabe que podemos “fracasar” en el intento. Lo tenía muy claro. Y la pregunta es ¿qué es lo peor que puede suceder? La respuesta: que no me abra, que no me atienda. ¿Y? ¿Qué problema hay? Solo un poco el orgullo personal está en juego… pero en el fondo, si me encuentro seguro, no pasa absolutamente nada. Y así, un eventual fracaso solo puede llevar a una victoria, más allá de los resultados. ¡Porque lo hicimos!

Es indescriptible la libertad interior que regala el perdón.

Señor, ayúdame a perdonar y a olvidar

Relata Lucas que estando Jesús en el Monte de los Olivos, sufriendo una terrible angustia de muerte, sudando sangre, porque iba a comenzar su pasión, se le apareció un ángel para fortalecerlo.

Cuentan (no Lucas) que un señor se preguntó por años qué le habría dicho el ángel a Jesús, para que tuviera la fuerza de ir a la pasión y a una terrible muerte en la cruz. Le carcomía la duda. El hombre oraba con insistencia para poder entender qué palabras el ángel pudo haberle dicho, como para levantarse, e ir camino a la cruz.

Al fallecer, el señor llega al cielo. Lo primero que hace es preguntar a Pedro si sabía dónde se encontraba el ángel, que le dio fuerza a Jesús para ir al Calvario. Pedro entonces le informa qué camino tomar para llegar donde se encontraba este ángel. Nuestro amigo atraviesa valles, sube montañas, cruza ríos celestiales, hasta que se encuentra con un grupo de ángeles, y averiguando, encuentra al ángel de Getsemaní.

Y le dice: Dime por favor, te lo ruego, ¿Qué le dijiste a Jesús para que tuviera fuerzas en ese momento tan terrible, para ir a la cruz? Y el ángel le responde: “Le dije tu nombre”.

Señor, ¡qué impresionante es tu amor por mí!

Señor, dame la fuerza para amarme en mi miseria, porque tú me amas muchísimo más.

Señor, dame la fuerza para amar a quien no amo.

Dame la fuerza para perdonar y olvidar. 

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