“Dios desea ser adorado por las personas que son libres»
Existe un consenso generalizado sobre la extraordinaria magnitud de las aportaciones de Benedicto XVI, y antes del cardenal Ratzinger, al ámbito teológico, bíblico, y de su conocimiento de la patrística. Pero, está menos subrayada su aportación imprescindible en la dimensión social y política, que es necesario más que nunca recuperar, porque en muchos de sus ejes conductores y la reflexión a que dan pie se encuentran los recursos expresivos y de inteligencia para construir una salida a la crisis generalizada que vive la política en Europa y, en general, en el mundo occidental.
He aquí una muestra de ellos, definidos sobre todo a partir de las aportaciones de George Weigel:
Sobre el Islam (Conferencia Ratisbona, el 12 de septiembre de 2006).
Planteó un interrogante obvio, que señala el problema y orientó sobre el posible camino de respuesta: ¿Podrá el Islam crear garantías para la tolerancia religiosa, mejorar la libertad religiosa, incluida la libertad de conciencia, y cambiar la religión de cada uno? ¿Podrá encontrar la forma de separar la autoridad religiosa de la política en los estados de mayoría musulmana?
Benedicto XVI apuntaba el tiempo que necesitó la Iglesia Católica para lograrlo, y de hacerlo, no entregándose a la modernidad, sino haciendo del encuentro con la modernidad la ocasión para recuperar y desarrollar elementos de su propia autocomprensión que se habían perdido por las contingencias de la historia.
Esto no se logrará porque los cientos y cientos de millones de musulmanes se conviertan en liberales secularizados. Esto no puede funcionar, sino que solo será posible dentro de un proceso de recuperación y renovación dentro del Islam mismo. Ese proceso, propuso Benedicto XVI, debería ser el foco del diálogo interreligioso entre católicos y musulmanes en el futuro previsible.
Dios es también el Dios de la razón. Sus implicaciones en el ámbito de lo público.
Dios es también el Dios de la razón y no solo de la voluntariedad. Del encuentro del cristianismo con la antigüedad clásica y, especialmente, con la filosofía griega, la Iglesia había llegado a comprender que el Dios de la Biblia era un Dios de razón que había impreso la racionalidad divina en el mundo, dando así a la filosofía una base segura y haciendo posible la ciencia. Pocos como Ratizenguer han desarrollado esta cuestión y, como siempre, no por mimetismo con el mundo, sino profundizando en la propia naturaleza del cristianismo, en una cúpula cristiana que se cierra y así construye el gran espacio configurado por las paredes maestras de la Biblia, la filosofía y la ley de Atenas y Roma. Unió convicciones judías sobre la dignidad de la persona humana y sobre la vida como peregrinación decidida hacia el futuro, con la fe griega en la capacidad de la razón para llegar a las verdades construidas en el mundo, y la afirmación romana de la superioridad del estado de derecho sobre el gobierno de la fuerza bruta.
La crítica al positivismo moderno y al procedimentalismo como única fuente de la legislación.
Sucumbir a la tentación del positivismo, argumentó, sería «la renuncia a las más altas posibilidades de la razón». Y el siglo XX debería haber enseñado a la modernidad lo que sucedió cuando la razón dio paso a la irracionalidad sistemática y a la falsedad. Existe otra opción, señalaba Benedicto XVI: «Lo que dio a la cultura de Europa su fundamento, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharlo, sigue siendo hoy la base de cualquier cultura genuina». Por la misma lógica, y utilizando en el Reino Unido en su visita de 2010 el caso de la esclavitud, señaló cómo la ley separada de la ética conduce a la anulación de los derechos humanos, a la represión y, en última instancia, a la tiranía.
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