El Economista.-Dijo Plutarco que “los dioses (griegos) ciegan a los que quieren perder”. Para este autor de la Grecia clásica los dioses, más que intervenir para dañar a los seres humanos, les dejan cometer los errores que los llevarán a su perdición. La izquierdista Syriza ha precipitado elecciones en Grecia para el 25 de enero próximo, al no votar a favor del conservador y excomisario europeo, Stavros Dimas, para la Presidencia. Syriza asegura que garantizará los depósitos bancarios de los griegos.
De esa forma busca rentabilizar el descontento de la población, enfadada después de siete años de políticas de austeridad. Las encuestas le dan el 28% de votos y con ese resultado pretende formar Gobierno ¿Será suficiente? No lo creo y con ello habrán perdido su oportunidad.
También lo ha hecho porque sabe que las políticas de austeridad están empezando a dar resultado y eso le quita posibilidades. Grecia creció el tercer trimestre el 1,7% del PIB después de seis años ininterrumpidos de recesión. Las primeras señales de que la situación podía cambiar, algo que electoralmente no interesa a Tsipras, el líder de Syriza; por cierto, gran amigo de Pablo Iglesias, el líder de Podemos.
Políticas imposibles
Pero si consiguieran llegar al Gobierno, entonces pretenderán aplicar una política imposible, renegociando la deuda. Ya no quiere salirse del euro, que era su primera opción. Ya no quiere dejar de pagar, que era la segunda. Ahora quieren sólo renegociarlo todo. Pero, una vez sentados en el sillón, probablemente se darán cuenta de que no pueden hacerlo. ¿Por qué? Para seguir pagando sus compromisos necesitan dinero de los inversores o los organismos internacionales o europeos, que no le darán si no cumplen. Necesitan 7.000 millones de euros con urgencia. ¿Cómo se puede negociar con esa debilidad? No lo hará y entonces defraudarán a sus electores
Así que Syriza puede haber cometido el error más grande. Porque o los griegos votan con sensatez y no se sienta en el Gobierno, en cuyo caso habrá descubierto su incapacidad de llegar al poder vía parlamentaria; o si llega a él, sus votantes se verán defraudados.
Desproporcionada reacción de las bolsas
Por eso la histérica reacción de las bolsas europeas es un poco absurda. Grecia es una parte pequeña del PIB de la zona euro (un 2% aproximadamente). Su salida de la moneda única no sería ningún descalabro. Pero no saldrá. Ni Syriza lo quiere. Por eso lo más importante de la crisis griega no es el aspecto cuantitativo, sino el cualitativo.
Lo que está demostrando la crisis de los helenos es que, a pesar de todo, la Unión Europea es más unión de lo que los propios europeos creen. En 57 años de existencia ha logrado algo que antes no se daba: a todo europeo le preocupa lo que pueda ocurrirle a los otros. Incluso aunque sean el extremo más meridional del continente, los que tienen al otro lado del Mediterráneo a los turcos y, más allá, al oriente medio. Ya no podemos ignorarnos los unos a los otros. No sólo por un difuso sentido de solidaridad o una misión utópica, sino porque el destino de unos y otros está entrelazado por lo más sensible: por el bolsillo.
El euro, en sus 14 años de existencia, ha hecho mucho por la conciencia de Europa. La crisis griega es la demostración de ello. Y de eso hay que sacar consecuencias. La primera es que las instituciones europeas no pueden ser sólo un acuerdo de Estados. Deben responder a un acuerdo de ciudadanos.
El fracaso de Syriza
Por eso el fracaso, electoral o gubernamental, de Syriza, es útil para el resto de los países. Si no consigue el número de diputados suficiente y el Gobierno sigue siendo del bipartidismo, habrá demostrado que una cosa son las encuestas y otra cuando los votantes se juegan los garbanzos. Eso haría otros partidos homologables a Syriza, como el Frente Nacional de Le Pen en Francia, UKIP en el Reino Unido o Podemos en España, supieran que lo suyo es la denuncia (un gran papel), pero no el poder.
Si llegase al Gobierno en pocos meses se vería que su política tiene que adaptarse a las instituciones europeas y todos esos partidos perderían el halo de “nuevas soluciones” que los envuelve. Al fin y al cabo estamos todos en el mismo barco del euro.
Así que lo de Grecia no es tan malo. Quizás para España sea lo mejor; es la oportunidad de escarmentar en cabeza ajena. Lo cual es siempre más barato que en la propia. En todo caso recemos por los griegos. Porque para la Europa de tradición cristiana no hay dioses como decían los griegos; dioses malévolos o traviesos que deseen el mal de los hombres; sólo un Dios que es misericordioso.
José Ramón Pin, profesor IESE