“La dignidad es otra cosa que poner fin a la propia vida”, afirma el presidente de la Pontificia Academia por la Vida, Carrasco de Paula, que advierte del peligro que atañe a toda la sociedad si ésta eventualmente “no quiere pagar las costas” de sus enfermos terminales. “Se corre el riesgo que ésto se convierta en la solución”, afirma.
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El suicidio asistido es “un absurdo”, porque “la dignidad es otra cosa que poner fin a la propia vida”, ha afirmado a ANSA el presidente de la Pontificia Academia por la Vida, monseñor Carrasco de Paula, al comentar el caso de Brittany Maynard, la mujer estadounidense de 29 años que decidió su muerte el 1 de noviembre para evitar el avance de un cáncer terminal. “No juzgamos a las personas, pero el gesto en sí es de condenar. Nosotros elegimos siempre buscando el bien, el problema es cuando nos equivocamos”, dijo el religioso.
Carrasco, “ministro” vaticano de bioética, resaltó que el acto de la joven es condenable, pero destacó que aquello que sucedió en su consciencia, no es posible saberlo. “La conciencia es como un santuario en el cual no se puede entrar. Pero reflexionamos en el hecho que si un día se llevase a término el proyecto por el cual todos los enfermos se quitan la vida, éstos serían abandonados completamente”, sostuvo.
Se trata, consideró, de un peligro que atañe a toda la sociedad: ésta eventualmente “no querría pagar las costas” y además “se corre el riesgo que ésto se convierta en la solución”.
Monseñor Carrasco de Paula remarcó, a su juicio, el error de la mujer estadounidense: “lo hizo pensando en morir dignamente, pero aquí está el error, suicidarse no es una cosa buena, es una cosa mala porque es decir ‘no’ a la propia vida y a todo lo que significa respecto a nuestra misión en el mundo y hacia las personas cercanas”.
La de Brittany Maynard es una cuestión que plantea muchos interrogantes, agregó el ministro vaticano. Uno, dijo, es el que refiere al estado de Oregon, donde la ley admite el suicidio asistido. Pero también “la coincidencia con una situación de tipo electoral”.
En cuanto a la joven que puso fin a su vida el sábado pasado, monseñor Carrasco opinó que lo mismo “es muy difícil juzgar”. “Tenemos que reconocer que lo hizo en plena libertad y juzgar la conciencia de las personas es arduo. Pero hay un punto central que debe ser considerado seriamente, por el que ‘lo hizo en nombre de una muerte digna’. Uno se pregunta si ésta es la muerte con dignidad”, reflexionó.
En ese punto remarcó que “el suicidio no es una muerte digna, la dignidad es otra cosa que poner fin a la propia vida”.
Y puso como ejemplo una experiencia personal. “Mi padre murió por un cáncer cerebral que fue un gran ejemplo de muerte digna porque hasta último momento llevó adelante su misión en vida, una misión que todos tenemos hasta el último día”.
En el caso de Brittany, continuó, hay que decir que no estuvo sola, fue acompañada en este gesto por un movimiento, Compassion & Choice, que la convenció. Ese movimiento, dijo el religioso, “tiene una propia ideología, que responde a una cultura que el Papa Francisco subrayó como cultura del descarte”. “La cultura en la cual lo que no sirve -es decir lo que se convierte en peso para la sociedad, también como costos-, lo tiramos, lo descartamos”, dijo.
Sobre si existe para la Iglesia un derecho a la autodeterminación sobre la propia vida, el prelado replicó: “En parte sí, porque un enfermo puede renunciar a los tratamientos excesivos, no hablo sólo del encarnizamiento terapéutico sino del derecho a renunciar a todos los tratamientos que el enfermo no se siente de poder afrontar”.
Puede ser el caso, dijo, de aquél enfermo de cáncer al cual se le propone una segunda quimioterapia. “Si sabe que no la podrá tolerar, tiene derecho a renunciar a la misma. Pero el suicidio asistido, en el cual el médico facilita la muerte al paciente con un potente veneno, no es admisible, no es una renuncia al tratamiento -que es ejercicio de la libertad-, el suicidio asistido es un absurdo y la Iglesia es contraria porque no es admisible el acto de quitarse la vida”, concluyó.