Hasta ahora se decía que la industria del lujo era inmune a la crisis. De hecho, las grandes marcas del glamour seguían creciendo año tras año. En un mundo donde ha aumentado la desigualdad, los consumidores de lujo han seguido comprando artículos de gama alta en ropa, accesorios, marroquinería, calzado, joyas, perfumes, cosmética… Buena parte de este crecimiento se ha producido en países emergentes, de modo especial en China, donde cada vez hay más millonarios dispuestos a hacer gastos ostentosos.
Pero es precisamente ahí donde la industria del lujo ha empezado a perder su brillo. No por falta de poder de compra de los clientes, sino porque la atmósfera social se ha vuelto menos proclive al consumo de productos de lujo. Desde que en marzo de 2013 el presidente chino Xi Jinping lanzó una campaña anti-corrupción dentro del partido, exhibir productos de lujo está mal visto. Si antes llevar un reloj de lujo o un bolso de marca era un signo de estatus y de éxito, ahora puede interpretarse como un síntoma de corrupción. Las fotos de funcionarios y políticos aficionados a los bienes de lujo corren por las redes sociales y hoy dan una mala imagen de los interesados, que pueden acabar bajo sospecha e investigación.
En este clima, las ventas del lujo se resienten, según informa Le Monde. El mercado de relojes de lujo ha caído un 11% en 2013; las ventas de coñac de grandes marcas, un 12%. Soplan malos vientos también para el mercado de la marroquinería, bolsos y otros accesorios. Las ventas de Louis Vuitton, de Kering con su marca Gucci, retroceden. Los efectos se han notado en los resultados de las marcas del lujo. En el primer semestre, el resultado operativo de LVMH, número uno del sector, ha caído un 5%; Kering acusa un retroceso del 3,9%.
¿Será que el lujo no puede vivir sin la corrupción? ¿Se confirma la tesis de Mandeville en “La fábula de las abejas” de que los vicios privados hacen la prosperidad pública? Porque, el retroceso del sector del glamour ¿no supondrá una pérdida de empleo, lujo que la economía actual no se puede permitir?
Pero también se puede ganar mercado apuntando hacia un lujo más razonable. Según Le Monde, los grandes del lujo se adaptan al nuevo clima en China. En vez de subir cada vez más la gama, los productores de bebidas alcohólicas presentan botellas menos ostentosas a unos 80 euros, para ganar mercado entre gentes no tan adineradas. Gucci y Louis Vuitton ofrecen bolsos más discretos.
En realidad, el lujo se mueve en un difícil equilibrio. No sería lujo si no implicara distinción, elevarse por encima del común de los mortales, exhibir lo que solo está al alcance de los pocos. Por eso la publicidad nos tienta con ¡un piso de lujo!, ¡un coche de lujo!, ¡unas vacaciones de lujo¡, aunque no seamos millonarios. Pero a la vez no puede sugerir una recompensa a la corrupción, un privilegio de los explotadores. De ahí que cuando apunta un caso de corrupción, el lujo pase a ser un síntoma de culpabilidad.
El equilibrio puede estar en no pedir al lujo lo que no puede dar. Hay quien piensa que rodearse del lujo realza su figura, cuando en realidad el propio exceso puede ser una ostentación de mal gusto. Cuando su personalidad brilla menos que su reloj, el asunto no se arregla con dinero.