La noticia de que algunas universidades públicas en España se movilizan a fin de captar donaciones de empresas y particulares para sufragar los estudios de alumnos necesitados, se ha presentado como una novedad. Hemos estado tan acostumbrados a que la Universidad se pague con dinero público que el recurso a la sociedad civil parece marcar un giro significativo.
Es claro que la Universidad española necesita mejorar su financiación, y en un momento de restricciones presupuestarias, el aumento solo puede venir del sector privado. Con datos de 2010, la Universidad en España se financiaba en un 78,2% con subvención pública directa, un 17,6% con las tasas académicas y un 4,2% de otras fuentes privadas (Education at a Glance 2013, pg. 207). Los recortes en la subvención pública y el aumento de las tasas en los dos últimos años habrán cambiado esos porcentajes.
El encarecimiento de las matrículas, la mayor exigencia académica para obtener beca y los apuros económicos que atraviesan muchas familias, se combinan para que haya más alumnos con dificultades para pagar sus estudios. En este contexto surge la idea de buscar donantes privados que puedan echar una mano a estos estudiantes.
No es que el mecenazgo sea una novedad en la Universidad española. Pero normalmente ha estado centrado en la financiación de la investigación. Ahora, en cambio, lo que ha propuesto Adelaida de la Calle, rectora de la universidad de Málaga y presidenta de la Conferencia de Rectores, es que las donaciones particulares ayuden a pagar sus estudios a alumnos con pocos recursos y que no han obtenido beca.
Por el momento es más una idea lanzada a la arena pública que una política asumida por la Universidad.
Pero las reacciones son significativas de los distintos modos de entender la financiación de la Universidad pública. Algunos rectores consideran positiva la propuesta, pero la ven como “una medida de emergencia” para tiempos de crisis. Otros insisten en que la financiación de la Universidad es una responsabilidad del Estado, y que las aportaciones de particulares no pueden compensar los recortes en la subvención pública. La Federación de Asociaciones de Estudiantes agradece que haya personas solidarias que ayuden a estudiantes con problemas, pero recalca que esta medida “supone pura beneficencia, cuando realmente debe ser el Estado el que provea de becas y ayudas”.
No solo como emergencia
Es curioso que se despache como “pura beneficencia” lo que es signo de una conciencia social del valor de la Universidad, que lleva a contribuir a su financiación. El mundo universitario, que mira tanto a los Estados Unidos, debería aprender también del esfuerzo de las universidades americanas por el fund-raising. En 2011, según datos del Council for Aid to Education, las universidades y colleges americanos recibieron 30.300 millones de dólares en donaciones. La principal fuente fueron las fundaciones (28,6%), seguida por los antiguos alumnos (25,7%), particulares no ex alumnos (18,6% y empresas (16,6%).
También en el fund-raising hay un ranking universitario, encabezado por la Universidad de Stanford (receptora de 709 millones de dólares en ese año), por delante de Harvard (639) y Yale (580). Una vez más se cumple lo de que “al que tiene se le dará…”, pues el 25% de las instituciones acaparan el 86% de las donaciones. No hay que perder de vista tampoco que tras esas cifras se esconde mucho trabajo continuado por parte de las instituciones: en 2010 Harvard tenía 250 personas trabajando a tiempo completo en el fund-raising.
Se dirá que EEUU tiene otra cultura, con una tradición de filantropía en el terreno educativo y abundancia de fundaciones y millonarios. En cambio, en Europa la Universidad ha confiado siempre en la subvención pública, como fuente primordial de financiación. Pero su dependencia del dinero público la ha dejado expuesta a los rigores de las políticas de austeridad, sin más recurso que la queja.
Con una respuesta más constructiva, universidades europeas están poniendo en práctica los métodos americanos de fund-raising. Oxford y Cambridge –universidades públicas– abrieron el camino, y otras están siguiendo por él.
Pero no hay que mirar solo al extranjero. También en España hay algunos casos, pocos, de instituciones universitarias, sobre todo privadas, que captan donaciones para sus actividades investigadoras y para ayudas a los alumnos que no pueden costearse sus estudios. Como antiguo alumno, conozco mejor el caso de la Universidad de Navarra que tiene una arraigada cultura de búsqueda de apoyos en la sociedad, a través de una Asociación de Amigos y de los Alumni. Y esto da sus frutos. Según datos de la memoria del curso pasado, la Agrupación de Alumni concedió 267 becas por un importe de 2 millones de euros. A su vez, la Asociación de Amigos de la Universidad – integrada por más de cinco mil miembros– cubrió un programa de ayudas para jóvenes investigadores y para la realización de másteres por un importe cercano a los 3 millones de euros, y buscó financiación para el desarrollo de las infraestructuras de la Universidad. No son cifras espectaculares, pero sí indican que es posible movilizar a la sociedad en apoyo de iniciativas universitarias.
Las Universidades públicas también pueden transitar por estos caminos. Quizá los recortes de financiación pública pueden ser la ocasión para animarse a captar donaciones privadas, no como una solución de emergencia sino como una política para todas las estaciones. En este sentido, una dosis de “privatización” sería muy útil.El Sonar.