ABC.08/01/2015.-Viendo hoy las fotos de Jett Morris, un bebé rubio, sonrosado y sonriente, cuesta rastrear cómo era el 6 de diciembre de 2013, cuando nació. Pesaba 624 gramos, menos que un paquete de azúcar, cabía bajo la mano de su padre, Paul, de 36 años, y casi nadie creía que pudiera salir adelante. Jett está en el mundo exclusivamente por el empecinamiento de sus padres, que se resistieron a la petición de aborto de los facultativos del hospital East Surrey, al sur de Londres. «Entiendo que los médicos tienen que ponerse en el peor escenario. Pero no hay dos personas iguales sobre la Tierra y la verdad es que nunca dieron una oportunidad a Jett», dice su madre Mhairi, de 34 años, encargada de una boutique de ropa para niños, que ha vuelto a contar su historia para celebrar el primer año de vida del pequeño.
Jett nació prematuro, a las 25 semanas. Antes, en la semana 20, su madre sufrió una ruptura de membranas y rompió aguas antes de tiempo. Los médicos le pidieron que abortase. «No lo veían como un niño. Lo llamaban simplemente “feto no viable”. Fue muy frío por su parte y yo estaba devastada. Solo me consolaba que tenía un escáner que decía que todo estaba bien».
El equipo que la atendía se presentó en su habitación con una silla de ruedas y le pidió que en cinco minutos se preparase para acudir a abortar al quirófano. Ella habló con su marido, y se negaron: «Al decírselo, el médico puso los ojos en blanco, como si estuviese perdiendo el tiempo con nosotros. Yo estaba en una unidad de embarazos tempranos y ningún médico vino jamás a plantearme una opción que no fuese abortar. Le decía a mi marido que teníamos que salir de allí».
Mhairi fue enviada a casa
Tras la ruptura de aguas, Jett estuvo cinco semanas más en el útero. Durante ese tiempo, médicos y enfermeras siguieron presionando a su madre para que abortase, apelando a que los pulmones estarían tan poco desarrollados que no podría respirar y que además sufriría graves daños cerebrales. Tras serle diagnosticados también problemas en la placenta, Mhairi fue enviada a casa. En su domicilio, al cabo de unos días, comenzó a sangrar y regresó al hospital, donde le dijeron que el servicio solo estaba capacitado para atender a prematuros de 28 semanas, y ella se encontraba en la 25. Fue remitida al hospital de Portsmouth, a cien kilómetros, en la costa. Allí nació Jett, que vino al mundo pateando y hasta emitiendo un mínimo gritito antes de pasar a la incubadora.
El niño está bien y será un adulto con vida normal, pero presenta una enfermedad pulmonar crónica, sufre un pequeño soplo en el corazón y padeció una ictericia que ya ha superado. Su madre cree que lo que le ha ocurrido a ella puede suceder con frecuencia: «Mi historia ha acabado bien,pero estoy preocupada porque otras madres sean forzadas a abortar cuando sus niños podrían haber sido viables». Jett necesitó en sus primeros meses de vida oxígeno auxiliar, pero desde mayo respira por sí mismo. El Servicio Nacional de Salud Británico ha comentado tras su primer cumpleaños que están «encantados» de que haya podido salir adelante.
Reino Unido fue un país pionero en la legalización del aborto, que se despenalizó en una ley de 1967. Cada año sigue frustrando miles de vidas que nunca serán. En 2013, último año del que hay datos, se registraron en Inglaterra y Gales 185.331 abortos, un 0,1% más que el año anterior y un 2,1% más que diez años atrás. En el 98% de los casos el eximente que se emplea son supuestos daños para la salud mental de la madre. En la práctica el aborto es libre en las 24 primeras semanas, aunque se requiere la firma de dos médicos sustentando los motivos. Un estudio del Real Colegio de Psiquiatría del 2011 concluyó que las mujeres que tenían problemas mentales durante el embarazo seguían teniéndolos igualmente tras su interrupción. El debate moral está abierto en la sociedad británica y el caso de Jett lo ha avivado.