Benedicto XVI, fuera de estereotipos

El Sonar.-Al acabar el pontificado de Benedicto XVI llama la atención hasta qué punto la realidad ha desmentido algunos estereotipos que se anunciaban como irrebatibles en el momento de su elección.

Sucesor de un papa tan mediático como Juan Pablo II, Benedicto XVI –intelectual y de edad avanzada– no podría ser popular. Los católicos, que habían admirado a un papa carismático, no podrían tener el mismo interés por la palabra de un profesor. Los jóvenes no sintonizarían con un hombre mayor.

Sin duda, la popularidad de Benedicto XVI no se ha manifestado en los mismos gestos que la de Juan Pablo II. Pero, si las cifras no mienten, el número de personas que han acudido a sus audiencias en Roma no ha ido a menos, sino a más respecto al pontificado anterior. Según los datos facilitados por la Prefectura de la Casa Pontificia, desde su elección hasta enero de 2013, más de 20,5 millones de peregrinos participaron en los encuentros con Benedicto XVI en el Vaticano y en Castel Gandolfo.

A esto hay que agregar los millones de personas que le han visto en sus viajes y la participación en eventos como la Jornada Mundial de la Juventud con multitudes de jóvenes. Para un Papa que iba a ser gris, no está nada mal.

Su fama de intelectual, dado a las especulaciones teológicas y al mundo de las ideas, auguraban un Papa muy doctrinal, pero poco pastoral. ¿Quién iba a entenderle? ¿Cómo sabría conectar con el hombre y el lenguaje de la calle?

Ciertamente, hay discursos que han quedado como piezas intelectuales de primer orden, desde el dirigido al Bundestag sobre el fundamento del Derecho al pronunciado sobre la laicidad en su visita a Francia, o el de la fe y la razón en Ratisbona. Pero la profundidad de su pensamiento se ha revelado también en su exposición nítida y sencilla, en la predicación dirigida a las personas corrientes. Esto explica que sus audiencias hayan sido tan masivamente seguidas o que sus libros sobre Jesús de Nazaret hayan sido best sellers, no solo comprados sino leídos.

Benedicto XVI fue recibido como el “panzer cardinal”, el hombre que desde la Congregación para la Doctrina de la Fe (añádase ex Santo Oficio, aunque ya pocos recuerdan de qué oficio se trata), había metido en cintura a teólogos disidentes, que generalmente sabían menos teología que él. Ascendido al poder supremo, ya nadie podría frenar su intransigencia.

Desde luego, no vamos a decir que en estos años haya cambiado la doctrina cristiana, pues los poderes del Papa no son tan absolutos como desearían los que piensan que está en su mano cambiar el matrimonio, el sacerdocio o las normas morales para no desentonar en el coro de la modernidad. Pero hay que reconocer que ha expuesto la doctrina de que un modo que algunos han llamado “ortodoxia afirmativa”. Ha destacado la belleza del cristianismo, más que las negaciones; ha ofrecido la fe, sin imponerla; no ha dudado en dialogar intelectualmente con las posturas opuestas. Y quienes no habían tenido ocasión de tratarle han descubierto que es una persona humilde y afable, en las antípodas del personaje rígido que nos pintaban.

Por afable que fuera, el cliché de conservador ya estaba creado. Quizá no se reparaba en que al mantenerse fiel a la doctrina de la fe, Benedicto XVI mostraba su inconformismo frente al nuevo establishment, que exige rendición incondicional al espíritu de la época. Pero cuando ya estaba etiquetado como conservador, amante de la tradición, tiene este gesto final de renuncia al pontificado, que rompe con una tradición secular. Ha pensado que, en conciencia, no estaba ya en condiciones de cumplir la misión que tenía encomendada. Benedicto XVI, siempre defensor de los derechos de la conciencia, ha dado más valor a este dictamen que a una tradición. Una vez más, se escapa del molde prefabricado.

Son solo unos botones de muestra sobre los estereotipos fallidos de un pontificado. Pero pueden servir para mirar con cierta prevención los que aparecerán en cuanto haya un nuevo Papa.

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