Libertad digital,31/08/2013.-Defender posiciones indefendibles, es privilegio del que abusan los que tienen algún foro desde el que lanzar sus soflamas. Desde que el Ministro Wert se le ocurriera pedir resultados satisfactorios a los becarios, la polémica está servida y la cabeza del Ministro pedida.
Aunque tengo en mente la enseñanza superior, que es donde la polémica ha adquirido mayor virulencia, la cuestión sería aplicable a cualquier otro nivel educativo, pues hablamos de principios. Conviene empezar diciendo que la educación, cualquiera que sea y quienquiera que la imparta, es un bien quasi-público, porque en el suministro educativo sí que rige el principio de exclusión –el pupitre que ocupa un alumno no lo puede ocupar otro–, exclusión que no se da en lo bienes públicos puros.
Digamos, también, que todo alumno universitario que lo sea de una universidad pública, por el hecho de serlo, dispone de una beca –de la que no se habla– por un importe aproximado del 85% de su coste. A partir de esta situación, comenzamos a hablar de las “becas” a las que se refiere el Ministro Wert y que, al exigir un rendimiento de la inversión educativa, ha organizado toda la polémica.
El impulso a escribir estas líneas, viene motivado por los argumentos esgrimidos en oposición a la exigencia de resultados en la propuesta de Wert. El argumento se basa en la justificación de que el gasto en educación, no es gasto sino inversión. Dicho lo cual, con esa arrogancia con los que algunos –los más necios– se revisten para evitar cualquier discusión, la cuestión se considera liquidada, por lo que sólo resta la dimisión o cese del Ministro.
Sin entrar en afinar la terminología usada, y considerando el gasto en educación como inversión es, precisamente ahí, donde debe apoyarse la exigencia de unos resultados para los becarios. Sólo llamamos “inversión” al gasto del que se espera un retorno –rendimiento–, capaz de recuperar el volumen invertido en un plazo inferior al de su obsolescencia.
Cuando los recursos se dedican a algo sin exigencia de rendimiento, ya le llamemos “beca”, ya “contribución pública” a la enseñanza para que los alumnos gocen de un 85% de gratuidad, estamos hablando de gasto y, si quieren que sea más provocador, lo deberíamos llamar “despilfarro”. La inversión en educación, lo es en educación, por ello, no hay que confundir inversión en educación con gasto en educandos o estudiantes.
Basta haber pisado alguna vez la Universidad, para saber el elevado porcentaje de matriculados –no estudiantes, porque no estudian– que ni siquiera aparecen una vez al curso por la clase en que están matriculados. En ellos se despilfarró, en el mejor de los casos, esa beca general del 85% con que los recursos públicos financian el coste de la enseñanza de los que no quieren ser enseñados.
¿Cómo pues oponerse a la exigencia? ¿Coinciden los opositores, con aquellos que nunca pisaron sus aulas universitarias? Es más que probable, aunque, para ser elegido, no importa.