Una forma de corrupción privada, que también existe, y no poca. En Estados Unidos ha estallado el escándalo de las admisiones en las universidades, lo que el Fiscal para el Estado de Massachusetts llamó “Operación Varsity Blues”. El caso implica a 50 personas, que sobornaron a administrativos o directivos para presentar papeles falsos que asegurasen la admisión de sus hijos en universidades, algunas de bastante rango.
- Mal para los padres, que han mentido y han faltado a la justicia, quizás por amor (mal entendido?) a sus hijos. O para quedar bien ellos (“mi hijo ha entrada en la universidad tal…”).
- Mal para los directivos o administrativos impliacados, que han faltado a la justicia, incumpliendo los deberes de su cargo.
- Mal para otros que participaron, preparando certificados falsos o con otras prácticas parecidas: colaboradores, y colaboradores necesarios, en un acto inmoral e ilegal.
- Mal para los directivos de mayor nivel de esos centros, que son, en definitiva, los responsables de que las cosas se hagan bien.
- Mal para los hijos, que quizás no lo sabían, pero que probablemente sí. Y si no lo sabían, ahora se han enterado de que esa magnífica universidad les había admitido porque sus padres habían actuado de forma ilegal e inmoral. Que es tanto como decir a esos chicos y chicas: tú no estabas a la altura, tu padre tuvo que hacer algo indecente para que entrases ahí.
- Daño para los que, mereciéndolo más que ellos, no fueron admitidos, porque el número de plazas era limitado.
- Mal para los profesores, directivos y empleados de esas universidades, que se han visto sorprendidos por un caso que deja en mal lugar a su institución. “¡Vaya, menuda universidad esa en que estás trabajando!”, debían decirles sus parientes y conocidos.
- Mal para los otros alumnos, que también tienen motivos para avergonzarse, y que puede que alguien les diga: “¡Ah!, ¿tú también entraste por la puerta falsa?”.
- Mal para los alumnos que vengan después, porque probablemente serán objeto de un escrutinio excesivo, como potenciales delincuentes.
- Mal para las demás universidades: algunas se beneficiarán del desprestigio de las señaladas, pero todas recibirán, de algún modo, una carretada de basura encima.
- Mal para la sociedad, que verá desprestigiadas unas instituciones que merecen otro trato. Y que experimentará una oleada de sospecha, que dañará la confianza, tan necesaria para que esto funcione.
- Mal para los ciudadanos, que pensarán que, si otros lo hacen, ¿por qué yo no? ¿Acaso tengo menos derechos que los demás?
- Mal para los ricos y famosos, porque ahora dirán de ellos ahora aquello de “el dinero todo lo compra”.
- Mal para los pobres, que se sentirán maltratados y discriminados.
¿Quién decía que la corrupción es un delito sin víctimas?
Blog Antonio Argandoña, profesor emérito del iese.