Semana Santa: religiosidad popular e intolerancia laicista

Con la Semana Santa se hacen presentes conocidas manifestaciones de religiosidad popular ampliamente arraigadas. Junto con ellas no faltan algunas voces que denotan intolerancia laicista. Como botón de muestra una carta publicada como destacada por La Vanguardia (23 de marzo, p. 27). El estilo es moderado, pero el fondo es firme y los calificativos, muy sesgados, dudo que se puedan aplicar a todos. El autor declara su descreencia, pero aún así se atreve a dar consejos a las autoridades eclesiásticas. Afirma:

 “En España, las autoridades eclesiásticas deberían limitar esta inundación de supuesto pietismo y arrobo iconológico a ámbitos más restringidos. Digo esto porque la religión, su vivencia y su práctica, que debería ser un sentimiento profundo, principalmente, y de vivencia interior, no debería convertirse en un espectáculo de masas que, a veces, se asemeja más a una performance colorista, de un folklorismo vacuo con más proyección turística que religiosa, que a esa religiosidad sincera que no necesita de este exceso escenográfico un poco agobiante.”      

Semana Santa: religiosidad popular e intolerancia laicista
Semana Santa: religiosidad popular e intolerancia laicista

No cabe duda que en muchas procesiones de Semana Santa hay emoción. Pero reducir la religión a un sentimiento que se ha de vivir en el ámbito estrictamente privado no es de recibo, aunque sea ésta una vieja aspiración laicista. La religión, al menos la cristiana, es mucho más que un sentimiento. Es fe en Dios por Jesucristo; una fe que llena la existencia e impregna la vida entera. Puede venir acompañada de sentimientos, pero ante todo es compromiso vital; adhesión personal a Jesucristo vivida en el seno de la comunidad eclesial, cuyos miembros profesan una misma fe, la celebran, la viven y, desde ella, oran. Y eso, cuando va acompañada de sentimientos y emociones profundas o cuando hay sequedad en los sentimientos.

La Semana Santa, con sus ricas ceremonias litúrgicas del Jueves y del Viernes Santos, la Víspera Pascual y el día de Pascua, es una ocasión privilegiada para celebrar la fe. En ellas los creyentes recordamos momentos claves y entrañables de nuestra Redención y damos culto a Dios.

En la Semana Santa, la fe cristiana también se plasma en formas de religiosidad popular como son las procesiones, con sus preciosos pasos, que ayudan a la devoción de muchos. Si se hacen con dignidad y atraen a turistas, ¿qué hay que objetar? ¿La ocupación del espacio público para un evento religioso cuando el Estado es aconfesional y la sociedad plural? Para el autor de la carta citada parece que sí, ya que asevera que el espacio público es “plural y neutro” y ha de regularse “por normas estatales que estén en consonancia con los principios de legalidad y racionalidad constitucional.” El espacio publico lo ocupan temporalmente toda clase de ciudadanos y por motivos diversos: demostraciones de fuerza sindical, manifestaciones reivindicativas, de soporte, o de descontento, celebraciones de éxitos deportivos alrededor de símbolos como Canaletas o la Cibeles, o con motivo de eventos populares como la cabalgata de Reyes o maratones u otras carreras multitudinarias. El espacio público es plural pero no neutral, cada acontecimiento o uso tiene un contenido con significado propio.

En cuanto a regular, ¿hace falta regular todavía más las procesiones que ya cuentan con las debidas autorizaciones municipales?  ¿Son contrarias a la legalidad y racionalidad constitucional? Pienso que no. En 30 años no recuerdo que nadie lo hay denunciado, ni siquiera que se hay argumentado con razones de peso.

No discuto los sentimientos que algunas celebraciones de Semana Santa suscitan a algunos como el autor de la citada carta. Ni tampoco los sentimientos o emociones que puedan provocar a otros los desfiles de carnaval o los del  “orgullo gay”. Pero alguien que se declara demócrata como él, no puede ignorar la libertad religiosa, que incluye manifestaciones externas de fe siempre que se hagan pacíficamente y con decoro. Lo entendió bien el alcalde de Roma cuando en 1979 accedió a la petición del Papa Juan Pablo II de restaurar la procesión del Corpus Christi en la Ciudad eterna. Antes se lo habían autorizado las autoridades comunistas de Polonia cuando era arzobispo de Cracovia. Invito al autor de la carta, y a los que piensan como él, a reflexionar sobre el hecho religioso y el valor de la libertad y la tolerancia.  

 

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