Pagina digital.-China se convertirá en 2030 en el país con mayor número de cristianos del mundo, unos 250 millones, según una muy citada estimación de la Purdue University (Indiana- EE.UU). Desde esa perspectiva, dos periódicos británicos de referencia mundial, The Economist y el Financial Times, han publicado dos extensos reportajes, con interpretaciones divergentes sobre los sucesos en la ciudad de Wenzhou, provincia de Zhejiang. En la conocida como Jerusalén de China, debido a que el 10% de la población (1,2 millones de habitantes) es cristiana, cientos de cruces de iglesias o templos enteros han sido derruidos en los últimos meses y miles de personas que se oponían a las demoliciones han sido detenidas. La mayoría pertenecían a comunidades oficiales (es decir, controladas por el régimen), no subterráneas.
Wenzhou, ¿un campo de pruebas?
Hasta aquí los hechos. El Financial Times dice haber visto documentos que prueban que ésta es una campaña cuidadosamente planificada desde hace meses y cree que se trata de una especie de programa piloto que después podría ser aplicado en todo el país. Algo similar ocurrió ya en 1958. La persecución en Zhejiang fue el campo de pruebas para la que padeció después el conjunto del país durante la sangrienta Revolución Cultural de Mao (1966-1977).
Otro dato en apoyo a esta tesis es que el dirigente provincial del Partido Comunista, Xia Baolong, es un hombre muy cercano al presidente Xi Jinping, el líder chino que más poder ha concentrado desde Deng Xiaoping o incluso desde el propio Mao. Xi –otro dato relevante– fue, durante 5 años, secretario del Partido en Zhejiang antes de dar el salto a la alta política en Pekín. Y uno de los empeños del nuevo hombre fuerte de China es favorecer éticas y cultos religiosos nacionales, en contraposición a religiones que el Partido considera extranjeras.
«Está bastante claro que esta campaña representa el comienzo de un importante cambio en la política religiosa a nivel nacional, con Zheijiang y Wenzhou elegidas como lugares experimentales para ver cuál es la respuesta a nivel nacional e internacional», dice al Financial Times un antiguo disidente, Bob Fu, fundador de la ONG con sede en Texas ChinaAid.
El objetivo de Pekín, en todo caso, no es suprimir el cristianismo –objetivo imposible de lograr, dado que ésta es con diferencia la religión que más rápido está creciendo en pleno boom religioso en el país–, sino decelerar su crecimiento. A las autoridades comunistas les preocupa también el perfil de los nuevos conversos: si antes el cristianismo arraigaba en entornos rurales, en mujeres o ancianos con bajo nivel educativo, hoy se trata sobre todo de profesionales y nuevas clases urbanas, un tipo de población en la que se ha apoyado el Partido Comunista en las últimas décadas con sus políticas económicas liberales. Esas políticas han provocado o dejado al descubierto un enorme vacío moral en la sociedad china, con una preocupante falta de valores y culto a la riqueza, que en buena medida está siendo llenado por el cristianismo.
¿Progresiva tolerancia?
Un problema no menor para las autoridades es que esas nuevas élites cristianas conforman el grueso de la disidencia que demanda reformas democráticas. Este factor, según The Economist, explica que el gobierno intente frenar el rápido crecimiento del cristianismo, un 10% anual desde 1980. La espectacular tasa de crecimiento es similar a la que se produjo en la Roma del siglo IV, antes de la conversión de Constantino.
Sin embargo, The Economist apuesta por que terminará habiendo un entendimiento. Ya se está produciendo, según el semanario. En primer lugar, porque al régimen le interesa la labor social de las comunidades cristianas. Y además, aunque el neo-confucionanismo o el budismo serían preferibles para el poder, también el cristianismo fortalece la cohesión social y la moralidad pública.
Pan Yue, alto dirigente comunista de tendencia reformista, escribió un artículo periodístico defendiendo que «los puntos de vista religiosos del Partido Comunista deben ponerse al día con los tiempos». Es decir, la pertenencia a una confesión religiosa debe ser compatible con la militancia en el Partido Comunista (organización, por cierto, que con sus 87 millones de miembros, queda hoy numéricamente por debajo de los 100 millones de cristianos que se estima viven en el país). Esta apertura es lo que han aprobado ya los comunistas de Vietnam, pero China se niega a dar el paso. (Con posterioridad al artículo del Economist, un alto responsable del partido en materia religiosa ha reafirmado el ateísmo oficial: «Sin una cosmovisión, los fundamentos de las ideologías del partido, teorías y organizaciones colapsarán. Ya no podremos llamarnos el Partido Comunista Chino», escribe Zhu Weiqun en un editorial del Global Times, la versión internacional del Diario Popular, el periódico oficial del partido).
Pero que la doble militancia sea ilegal, no es incompatible con que esté, hasta cierto punto, tolerada. El semanario británico cita el caso de una funcionaria de rango medio del partido que se negó a renunciar a su fe cristiana. Fue enviada a un campo de reeducación, y tras una breve estancia, reintegrada en su puesto. Allí recibe continuas visitas de camaradas que le piden oraciones y consejo.
Otro ejemplo de la progresiva apertura hacia el cristianismo, según el Economist, es el encuentro de intelectuales chinos celebrado en 2013 en Oxford, que por primera vez incluyó a intelectuales cristianos, junto a pensadores maoístas, neoconfucianos y liberales. Un resumen de aquel encuentro, que abogó por el pluralismo cultural, fue después publicado en la prensa china sin que los participantes sufrieran ningún tipo de represalia o descalificación a su regreso al país.
¿Qué tipo de cristianismo?
Por la vía del ascenso pacífico o por la del martirio, en todo caso, el cristianismo crece en China. Queda sin embargo la pregunta de qué tipo de cristianismo prevalecerá en el país, y en eso parece que será de gran importancia la actitud que adopte el régimen.
Pekín ha favorecido claramente a las comunidades protestantes autocéfalas, sin vínculos con el extranjero. Si en 1949 había tres millones de católicos frente a unos 800.000 protestantes, en 2010 las proporciones se habían invertido, con unos nueve millones de católicos frente a 58 millones de evangélicos. Son estimaciones del Pew Research Center, que considera que hoy la cifra total de cristianos –en una proporción presuntamente similar a la de 2010– es de 100 millones.
La Iglesia católica, dificultados los lazos con Roma, crece a un ritmo menor. Pero todo esto empieza a plantearle un problema no menor a Pekín: con la etiqueta de cristianos, florecen algunos nuevos movimientos impregnados de supersticiones locales o incluso corrientes milenaristas. De ahí la paradoja de que el régimen no sólo permita, sino que haya empezado hasta cierto punto a incentivar la distribución de biblias tanto entre las comunidades oficiales como en las subterráneas.
Para Pekín la elección no es sencilla. «Las autoridades chinas con frecuencia citan la experiencia de Polonia, donde creen que la Iglesia católica ayudó a destruir el comunismo», dice al Financial Times el director del Centro sobre religión y sociedad china de la Purdue University. En Hong Kong, de hecho, están comprobando ya el potencial movilizador del catolicismo a favor de los derechos humanos, con todo un cardenal, el cardenal Zen, como uno de los referentes de las protestas.
Pero el catolicismo es leal e integrador. Su doctrina es plenamente compatible con la razón. Nunca promoverá la violencia, y sí una ciudadanía responsable. Jamás rendirá culto al emperador o al secretario general, pero trabajará con él por el bien común de los chinos.