El Sonar.-Es inútil tratar de encontrar coherencia entre las páginas de cultura y las de política de un mismo diario. En las de cultura todo vale, y cuando más transgresor y desinhibido, mejor. En las de política, en cambio, hay que escandalizarse por comportamientos contrarios a las buenas costumbres de un político, sobre todo si es un adversario. No hay que buscar coherencia, pero cuando el choque se produce nada más pasar página en el mismo ejemplar, no deja de llamar la atención.
En un reciente ejemplar de El País (18-05-2013), la sección de Cultura está dedicada al auge de la literatura erótica escrita por mujeres, un género que está pasando de las sombras de Grey a plena luz editorial. Una de las cultivadoras del género, Charlotte Roche, habla de su último libro en el que dice que defiende el matrimonio como institución, pero abierto a experiencias como la prostitución, la pornografía y el libertinaje. “La única solución es acabar con la monogamia y permitir la infidelidad”, si quieres que tu relación dure, es su consejo. El periodista se rinde ante lo que califica de “cóctel explosivo” de tradicionalismo y subversión, y asegura que la escritora se dedica a “ametrallar la moral dominante”. Pero cuando la subversión está al servicio de la industria del best seller, cabe poner en duda dónde está hoy la moral dominante. Roche prefiere creer que “si la gente estuviera más liberada, yo vendería muchos menos libros”, aunque probablemente también ocurriría lo mismo si la gente estuviera liberada del mal gusto literario.
Para liberado, Silvio Berlusconi, que acabó hace tiempo con su monogamia y siempre ha encontrado mujeres dispuestas a participar en sus diversiones. Pero a este hay que pararle los pies. Así que, unas páginas más adelante, el mismo diario dedica un reportaje a “La pesadilla pelirroja de Berlusconi”, la fiscal Ilda Boccassini, también conocida por Ilda la Roja. La fiscal se ha convertido en el símbolo de los magistrados que desde hace años llevan persiguiendo a Berlusconi, por casos de fraude fiscal y abuso de poder, sin que hayan sido capaces de envolverlo en sus redes. Ahora Ilda la Roja cree tenerlo atrapado por su afición al bunga bunga y pide seis años de cárcel y la inhabilitación perpetua para el político por el llamado caso Ruby, una joven marroquí que participaba en sus fiestas cuando aún no tenía 18 años. La conclusión de la fiscal es que Berlusconi tenía montado en su casa de Arcore “un sistema de prostitución organizado para su complacencia y satisfacción sexual”. La joven marroquí, que en las fotos no parece nada “menor”, ha jurado ante los jueces que jamás se acostó con él, pero la fiscal está segura de que ella lo sabe mejor.
Sea de ello lo que fuere, el caso se presenta como una defensa de la moral dominante enemiga de la prostitución, y más aún de la de menores. La “complacencia y satisfacción sexual” a cualquier precio se puede defender en las páginas de cultura, pero si quien se lo monta es un tipo rico y de derechas, toca escandalizarse. Ilda la Roja es la fiscal valiente e incorruptible que defiende las buenas costumbres.
Pero ¿dónde buscar el criterio de las costumbres políticamente correctas de hoy? Unas páginas más adelante, en el mismo ejemplar, entramos en las páginas del “corazón”, que son siempre muy representativas de la moral dominante y más si tienen que ver con la realeza. Ahí nos cuentan que el príncipe Carlos Felipe de Suecia tiene en vilo a su familia porque se ha echado de novia a Sofía Hellqvist, que no figura en los catálogos de la nobleza. Pase que sea plebeya, pero es que después de darse a conocer en un concurso del tipo Gran Hermano, posó para una revista masculina sin nada que ocultar antes de la ley de trasparencia, y trabajó como actriz porno en Las Vegas. Demasiado, incluso para la moral dominante sueca. Pero la stripper en la corte del rey de Suecia también nos dice algo sobre el estilo de vida del príncipe Carlos Felipe.
Por de pronto, el pasado 8 de junio Sofía acompañó al príncipe a la boda de su hermana Magdalena, junto a los representantes de casas reales europeas.
El corazón tiene sus razones, que ni la cultura ni la política comprenden.