Y hoy no me refiero a las pensiones públicas, sino a las privadas. Lo de las públicas está claro: para que cuadren se han buscado dos soluciones: una, reducir la pensión inicial de acuerdo con las expectativas de vida de la generación que se jubila, y otra, reducir su revalorización anual por debajo de la inflación. La consecuencia, según un estudio de mi colega del IESE Javier Díaz Giménez, es que en 2037 el 40% de los jubilados tendrá -tendremos- la pensión mínima no contributiva, porque habremos ido perdiendo poder adquisitivo año tras año.
La solución, claro, está en las pensiones privadas. Pero aquí viene la mala noticia: un comentario de El Economista (aquí), que dice así:
La reforma fiscal fallará en su afán de hacer más atractivo el ahorro privado para la jubilación. Los planes de pensiones tradicionales siguen lastrados, por un lado, por su baja rentabilidad, ya que ninguno ha superado al IPC en los últimos 10 años. Tampoco ayudan las elevadas comisiones que soportan: toda mordida que ronde el 1% es demasiado alta cuando la inflación está en negativo. La única salida pasa por hacer más beneficiosa su fiscalidad y ese fue el propósito del plan Ahorro 5. Sin embargo, en el mejor de los casos (haciendo aportaciones máximas durante un lustro) la mayor ganancia queda en 760 euros. Es una cifra demasiado humilde como para ayudar a hacer frente al problema que amenaza al sistema público de pensiones.