La cantidad de alimentos desperdiciados a nivel global es vergonzosa; millones de personas en todo el mundo se van a la cama con hambre, mientras millones de toneladas de comida van a parar al basurero o se pudren camino al mercado”, asegura Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, que ha publicado un informe sobre el tema en el último número de su boletín trimestral Food Price Watch.
“¡Llenemos los estómagos, no los contenedores!”
ÁLVARO ROJAS7.MAR.2014
Aceprensa.“La cantidad de alimentos desperdiciados a nivel global es vergonzosa; millones de personas en todo el mundo se van a la cama con hambre, mientras millones de toneladas de comida van a parar al basurero o se pudren camino al mercado”, asegura Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, que ha publicado un informe sobre el tema en el último número de su boletín trimestral Food Price Watch.
Según el reporte, cada año se pierde entre el 25 y el 33 por ciento de los alimentos producidos. Las causas varían, en dependencia del sitio del globo en que se esté: en los países en desarrollo, el 87% se echa a perder en el proceso de producción, almacenamiento y transporte, por la ausencia de infraestructuras adecuadas, mientras que en las naciones industrializadas, el 61% se desperdicia en la etapa de consumo: en ese paquete de frutas que duerme semanas en la nevera de casa, o en las bandejas de productos caducados que un supermercado arroja en los contenedores cercanos…
Clic en la imagen para ampliar
Un experto en la materia, el británico Tristam Stuart, autor del libro Despilfarro, pone números concretos al desperdicio, y asegura que las 40 millones de toneladas de alimentos que se desechan anualmente en EE.UU. podrían alimentar a los casi mil millones de personas que padecen desnutrición, que es más letal que el sida, la malaria y la tuberculosis juntas, según documenta el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Cada año se pierde entre el 25 y el 33 por ciento de los alimentos producidos para el consumo humano
Contra el hambre, cambiar de actitud
A día de hoy, los precios de los alimentos no son el problema principal. Si en algún momento de la pasada década se produjo un fuerte encarecimiento, el Banco Mundial apunta que en el presente hay estabilidad, respaldada por las buenas cosechas de maíz, trigo y arroz, y por unas reservas globales más reforzadas.
De modo que alimentos hay; pero se necesita un cambio de actitud. En criterios del PMA, “ya no hace falta un avance científico para acabar el hambre. Los conocimientos, las herramientas y las estrategias que existen en la actualidad, junto con la voluntad política, pueden resolver este problema”.
La institución propone vías diversas, como garantizar la entrega de alimentos a las embarazadas en zonas pobres o de conflicto donde no existan redes estables de comercialización; ofrecerlos también en los centros escolares, de modo que los niños permanezcan en el sistema educativo (ha sido la estrategia empleada en las escuelas en Haití, tras el seísmo de 2010); entregar cupones de alimentos a las familias pobres, y brindarles capacitación y apoyo tecnológico a los pequeños agricultores, así como ayudarles a conectar con los mecanismos del mercado.
En esta línea, a finales de enero, varios líderes globales firmaron en Davos la Declaración del Reto Hambre Cero, la cual pretende animar a políticos, agricultores, empresarios, y miembros de la sociedad civil en general, a crear sistemas alimentarios sostenibles, en los que alimentos no sean desperdiciados.
No echar el maíz a los cerdos
Ya funcionan algunas iniciativas. La organización liderada por Tristam Stuart, Feeding the 5000, ha logrado que la cadena de supermercados Tesco declare la cantidad de alimentos que desperdicia, algo que había rechazado durante años. Siguiendo el ejemplo, otras cadenas (Sainsbury’s, Waitrose, Asda, Coop y Marks &Spencer) han anunciado que harán lo mismo a partir de 2015.
En sitios donde la desnutrición es común, el desperdicio global de alimentos se traduce en la pérdida diaria de unas 500 calorías por persona
La idea, según confiesa Stuart en la web de Oxfam, es crear una competencia entre ellas para aparecer ante el público como “la que menos desperdicia”. “Hemos introducido con mucho éxito esta medida en Noruega y es hora ya de que el resto de Europa siga la estela”, acota.
Otra de las iniciativas válidas es la organización de banquetes públicos… con la comida que los supermercados sacan de los anaqueles por estar a punto de caducar. Unas 5.000 personas han aprovechado estos alimentos en Londres, en un evento para demostrar que con un poco de voluntad es posible enfrentar el hambre. El suceso ha tenido otras ediciones en Edimburgo, Marsella, Nantes, Amsterdam y otras ciudades europeas. “¡Llenemos los estómagos, no los contenedores!”, es la consigna.
Asimismo, la plataforma “antidesperdicio” ha iniciado una singular campaña, The Pig Idea (La Idea del Cerdo), para que los políticos enmienden la legislación europea de modo que vuelva a estar permitido alimentar al ganado porcino con restos de alimentos. Si ello se logra, opinan, se liberarían para consumo humano ingentes cantidades de cereales que hoy se desvían hacia la alimentación de esos animales.
Carencias que atrasan y matan
Unos 842 millones de personas en todo el mundo no tienen lo suficiente para alimentarse. El informe del Banco Mundial señala que en sitios donde la desnutrición es común, como África y el sur de Asia, el desperdicio global de alimentos se traduce en la pérdida diaria de unas 500 calorías por persona.
La Organización Mundial de la Salud considera las deficiencias de hierro, vitamina A y zinc entre las 10 principales causas de muerte en países pobres. La carencia de hierro perjudica profundamente la productividad de un país, al afectar el desarrollo cognitivo, mientras que el déficit de vitamina A es la principal causa de ceguera infantil en esas naciones, y aumenta el riesgo de morir a causa de diarrea, sarampión y malaria.
La falta de yodo durante la gestación provoca que unos 20 millones de niños nazcan con deficiencia mental, y la carencia de zinc afecta el crecimiento y debilita el sistema inmunológico de los niños pequeños, lo que causa unas 800.000 muertes al año.