Niñas de cuatro y cinco años, vestidas con minúsculos bikinis, pelucas y gafas de sol, ejercieron de modelos en el Salón del Automóvil de la ciudad china de Wuhan (La Vanguardia). Los organizadores no solo utilizaron modelos adultas para atraer a sus clientes, sino que, junto a ellas, pusieron a niñas que imitaban en todo a las mayores: posaban ligeras de ropa y de forma sexy.
Parece que los organizadores quisieron poner un poco de inocencia en ese mundo tan competitivo como es el de la venta de coches, pero lo que consiguieron fue poner a la venta la inocencia de unas niñas que no sabían de qué iba todo eso. A los asistentes no les gustó nada la iniciativa y no tardaron en llenar las redes sociales (las grandes aliadas de la libertad de expresión en China) de mensajes de indignación y repulsa. Quienes pudieron fotografiar a esas niñas ejerciendo de mayores, quienes vieron la niñez involucrada en un negocio, quienes fueron testigos de la inocencia exhibida para exhibir un automóvil, contemplaron un espectáculo tan triste como la última sonrisa de un niño.
Y es que la pérdida de la inocencia acaba con esa sonrisa limpia y brillante que ilumina la cara de los niños. Cuando Epimeteo abrió la caja de Pandora, todos los bienes que contenía volaron al cielo, el primero en salir fue la inocencia, el último, como es sabido, la esperanza. Ambas tienen mucho que ver, pues abren y cierran la existencia humana. Por eso, si despachamos a la inocencia antes de tiempo, la esperanza se pierde también antes. La diferencia es que el inocente no es consciente de lo que ha perdido, mientras que el desesperado, sí. Acelerar las cosas por un puñado de yuanes o por pura inconsciencia, como han hecho los padres de esas niñas, no resulta para ellas muy esperanzador.
En una sociedad adulta, donde todo tiene un precio, todo es negociable y todo el mundo puede ser vendido o comprado, en la que quien no corre vuela y quien vuela tiene que conseguir llegar el primero, donde lo auténtico, lo real y lo puro no sale en las pantallas, en una sociedad así, la inocencia resulta atractiva, terriblemente atractiva. Pero justamente por eso la tenemos que defender a capa y espada. Cada vez que veamos que se intenta negociar con ella, debemos denunciarlo, porque en la inocencia reside nuestra esperanza.
Mal despega el gigante asiático si pone la inocencia a la venta para vender coches, mal hace en convertir lujosos automóviles en automóviles lujuriosos, colocando en el escaparate a niñas de tan solo cuatro o cinco años y haciéndolas bailar al son de los mercados. Dejemos que los niños jueguen con los niños, no los convirtamos en juguetes de los mayores y sus intereses.
Nada hay tan triste como una niña en bikini anunciando un vehículo superlujoso, porque ella no sabe que está siendo utilizada. Sonríe de verdad porque ignora que la han engañado. Sentimos pena por ella, por sus padres y por la sociedad que pone la inocencia a la venta.
Fuente: Familia actual