Arturo Vidal es un jugador de fútbol de la selección chilena que actualmente milita en la Juventus de Turín. Es reconocible por su particular corte de pelo y sus muchos tatuajes por todo su cuerpo. Grandísimo jugador, padre de un niño con diabetes prematura y vicepresidente de “Deportistas por un sueño”, fundación comprometida en la ayuda a niños enfermos.
El “Rey Arturo”, como es conocido entre los aficionados, es una de las estrellas del equipo nacional chileno y un modelo para muchos niños y adolescentes que están siguiendo estos días la Copa América de Fútbol que se celebra en Chile.
Arturo Vidal es también un amante de los caballos y de los choches deportivos. Hace unos días tuvo un percance con su Ferrari. En plena competición, se vio involucrado en un accidente de tráfico, del que todos salieron ilesos. No obstante, el jugador tuvo que pasar la noche en la comisaría por conducir bajo los efectos del alcohol.
El, por ahora, máximo goleador del campeonato fue perdonado en cuanto volvió a pisar el césped y puso su ímpetu y su habilidad a disposición del equipo. Los aficionados, súbditos del “Rey Arturo”, que creen que el fútbol está por encima de todas las cosas, pronto olvidaron el incidente, como si vestirse “la roja” lo tapara todo. No así un niño de seis años, llamado Samuel Cancino, quien supo decir a su majestad que, a pesar de la camiseta, iba desnudo, que el fútbol es una cosa y la vida otra, que darle bien al balón no significa hacerlo todo bien. “No se puede –le recrimina el niño en un vídeo grabado por su mamá– quedar borracho jugando a la pelota y tampoco puede quedar borracho manejando un auto. Podrías matar a una persona. Estuvo feo, Arturo Vidal”.
El pequeño Samuel, a su manera, da una lección de sentido común y se atreve a decirle a todo un “Rey” lo que hizo mal y por qué, que su acción fue irresponsable y que, por muy buen jugador de fútbol que se sea, no está bien lo que hizo. Para Samuel, Vidal no fue buen compañero, porque se jugó su integridad física y podría haber dejado al equipo mermado sin su presencia, y, por supuesto, de forma innecesaria, puso en peligro la vida de otras personas. El niño se muestra enojado con el comportamiento de su ídolo y le pide que no lo vuelva a hacer.
Una vez más, los más pequeños nos dan grandes lecciones. Nos recuerdan cosas obvias que hemos olvidado al hacernos mayores. Como si, conforme vamos creciendo, nos vayamos alejando de esa edad de la inocencia, la trasparencia y la verdad. Gracias a que tenemos hijos podemos recordar y recuperar la infancia, esa etapa que nos ayuda a renovar nuestra vida y a recorrer felizmente la madurez, como pone de manifiesto Rafael Gómez Pérez en su reciente libro Retorno a la infancia. En un mundo tan adusto (adulto), los niños representan nuestra reserva moral, un depósito inagotable de lo que con la edad vamos perdiendo: sensibilidad, imaginación, sentido común, inocencia, asombro…