Esa plaga humana

DavidEl Sonar.-Aceprensa.-El documentalista británico David Attenborough ha hecho mucho para divulgar las bellezas de la naturaleza, el cuidado del medio ambiente y los conocimientos biológicos. Pero es de esos naturalistas tan preocupados por la extinción de cualquier especie que ven con malos ojos la propagación de la especie humana. En recientes declaraciones a Radio Times habla de los humanos como “una plaga sobre la Tierra” e insta a controlar el crecimiento de la población para sobrevivir.

Attenborough prolonga así una tradicional cohorte de alarmistas sobre la explosión demográfica, que desde hace más de medio siglo nos anuncian el próximo agotamiento de los recursos naturales y la catástrofe planetaria. De poco sirve que hayamos superado ya varias veces la fecha tope pronosticada para el apocalipsis demográfico, ni que países que parecían condenados –como China e India– se hayan convertido en economías emergentes en vez de hundirse por el peso de su población.

Como no puede negarse este desarrollo evidente, los malthusianos ponen el acento desde hace años en que estamos esquilmando el medio ambiente. De ahí esa visión del ser humano como “plaga”.

Siempre me he preguntado si los que mantienen esta visión del hombre se consideran a sí mismos como parte de la plaga humana, pues da la impresión de que hablan desde las alturas y que contemplan los males como causados por otros. En concreto, por esos africanos que se obstinan en reproducirse. También ahora Attenborough centra el problema en África: “Seguimos desarrollando programas contra el hambre en Etiopía. Pero hay demasiada gente allí. No pueden mantenerse, y no es inhumano decirlo en voz alta”.

Si no es inhumano decir que nacen demasiados africanos, tampoco lo será decir que en Europa siguen viviendo demasiados viejos. El propio Attenborough tiene ya 86 años. Un niño sale adelante con muy poco; si se le da tiempo, su cerebro y sus brazos aportarán al PIB; y en un país en desarrollo el consumo de recursos y hasta las emisiones de C02 son menores que en los países ricos. En cambio, la población envejecida de un país rico solo se mantiene en vida de un modo bastante artificial, consumiendo más recursos de los que produce y con un coste sanitario desmesurado. ¿No podrían quejarse los africanos de que haya que seguir manteniendo sobre el planeta a esa población tan envejecida de los países desarrollados, que se aferra a la vida año tras año?

Alguien se ha atrevido a decirlo en voz alta. El ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, ha dicho en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad Social que los ancianos provocan un alto nivel de gasto sanitario y que el problema no se resolvería “si no se dan prisa en morir”. Sus palabras no han caído bien en un país donde el 23% de la población tiene más 65 años y la esperanza de vida (83 años) es la más alta del mundo. Pero, con la lógica de Attenborough, la postura de Aso es bastante pragmática. Si se trata de hacer hueco en la Tierra, ¿no sería más razonable prescindir de los que ya solo consumen?

También África crece

Tampoco está claro por qué Attenborough piensa que hay demasiada gente en Etiopía, un país con una densidad de población de 79 habitantes/km2, y no le preocupa más el caso del Reino Unido, que tiene una densidad de 258 habitantes/km2. Si el Reino Unido puede mantenerse perfectamente con esa densidad, es señal de que los problemas económicos y de sostenimiento dependen de algunos otros factores además de la población.

Para tranquilizar a Attenborough se puede señalar que también la economía de África está creciendo, mientras que el aumento demográfico se ralentiza. Según proyecciones de la ONU, se espera que la actual tasa de 4,3 hijos por mujer baje a 3,6 o incluso 3 para 2030.

En la propia Etiopía, se observa un crecimiento económico sostenido desde 2004, y para 2012 se estima que habrá sido de un 7%, uno de los crecimientos más altos entre los países africanos no productores de petróleo.

Tampoco es extraño que una campesina africana tenga más hijos que una londinense en sus circunstancias actuales; si no todos sus hijos van a sobrevivir, si van a ser una ayuda en el trabajo y si constituyen su seguridad social para la vejez, su actitud es bastante comprensible.

Attenborough, un hombre tan atento a las maravillas de la naturaleza, debería admirar también la capacidad de que ha dado muestras la especie humana para innovar y descubrir nuevos recursos en situaciones comprometidas. Más que una plaga, ha sido un fertilizante para desarrollar recursos donde parecía no haberlos.

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