Corrupción: examen de conciencia

Blog Antonio Argandoña.-Carles M. Canals escribe con este título en el suplemento Cataluña de Expansión, el 1 de marzo. Invita a hacer eso, un examen de conciencia sobre la corrupción, para evitar, entre otras cosas, ”linchamientos” mediáticos que son, frecuentemente, injustos. Y me acordaba de lo que contestó Sócrates a los que le preguntaban qué era peor, sufrir la injusticia o practicarla. Su respuesta fue: practicarla es peor, porque la injusticia sufrida es como una mancha externa, que no te cambia, mientras que la injusticia practicada te cambia, te hace injusto. Querido lector: hoy, al final del día, si ha dejado ir la lengua para criticar a alguien porque “lo dicen los periódicos” o “ha salido en la tele” o “me lo ha dicho un amigo”, póngase delante del espejo, mírese a la cara, y dígase a sí mismo: “soy un injusto; he hecho daño a otro sin otra justificación que el ‘qué dirán’”. No es comedia: reconocer la verdad es el primer paso para ser justo.

Canals abunda en este examen de conciencia, al invitar al lector a preguntarse si ha copiado alguna vez en un examen, si siempre ha dicho la verdad en sus relaciones con la administración pública, si ha declarado siempre todos sus impuestos, si ha pagado el IVA en todas –todas– sus facturas, si ha utilizado relaciones de parentesco o amistad para conseguir un trato de favor injusto… Por supuesto, el periodista no pretende echar tierra encima de la corrupción: él mismo declara que su lema es “el que la hace, la paga”. Pero nos está queriendo advertir que esa hipocresía de criticar a los demás y no querer ver nuestros propios errores no es la mejor manera de solucionar los problemas. Si hay mentira en nuestras actitudes, no podemos reclamar la verdad en la de los otros.

Últimamente, cuando me preguntan sobre “eso de la corrupción“, suelo decir que hay tres dimensiones del problema.

Hay manzanas podridas en el cesto. Como explica Canals, siempre las habrá; lo que hay que hacer es quitarlas.
El cesto pudre las manzanas; quiero decir, las reglas del juego y la cultura dominante inducen a la corrupción, y obligan a los que no quieren practicarla a ser heroicos. Aquí, claramente, la solución no está en quitar las manzanas podridas, porque todas las que queden acabarán echadas a perder; hay que cambiar el cesto.
El huerto es el que pudre las manzanas. Es decir, la cultura y la ética –mejor, la falta de ética– de la sociedad es lo que invita a las manzanas a pudrirse, lo que nos lleva a aplaudir a los “listos” que roban, engañan y defraudan (¡ay, si yo tuviera una oportunidad así para solucionar mis dificultades económicas!), lo que permite a los corruptos a seguir actuando (por aquello del “tú más”) y lo que nos lleva a las reglas corruptas que corrompen a las personas.

¿Pesimismo? No, claro. Las sociedades son como son. Pero pueden cambiar, y nosotros debemos contribuir a cambiarlas, cada uno según sus posibilidades. Esta noche, cuando se mire usted al espejo y se pregunte: ¿soy un injusto?, prométase también que mañana no lo será, y que a partir de hoy intentará ser un poco menos corrupto usted mismo, y que va a ayudar a los que están a su alrededor a que sean un poco menos corruptos ellos mismos. “Un poco”, porque no conseguirá “un mucho”. Pero piense qué resulta de 47 millones de pocos (somos aproximadamente los habitantes de España), repetido cada día. ¡Ah!, y mañana trate de cumplir lo que se ha propuesto hoy.

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