Pues lo mismo pasa con la crisis económica y la recesión que nos aqueja: las recetas keynesianas pueden ser buenas, si las causas de los problemas son las mismas y la situación de las otras variables relevantes es también parecida. El punto de partida de Keynes era una caída en la inversión de las empresas, causada por los “animal spirits“: por ejemplo, por una pérdida de confianza en las políticas del gobierno o por el temor a una guerra. Lo que Keynes proponía entonces era reemplazar la inversión privada, que había dejado de existir, por otro componente del gasto, por ejemplo, la inversión pública: en vez de fábricas de zapatos, lo que había que hacer era construir carreteras, suponiendo que los recursos productivos podían trasladarse con relativa facilidad de la construcción de fábricas a la de obras públicas. Y, al mismo tiempo, Keynes suponía que las familias podían seguir manteniendo su consumo (no estaban demasiado endeudadas, por ejemplo), los bancos nacionales o los inversores extranjeros estarían dispuestos a comprar la deuda pública del gobierno, el Banco Central podía mantener los tipos de interés bajos para abaratar el coste de esa deuda, etc.
Lo que hemos presenciado en los últimos años no es lo que Keynes tenía en la cabeza cuando hacía recomendaciones para curar la Gran Depresión. En el caso de España, por ejemplo, nuestras familias están muy endeudadas, y no pueden recuperar su capacidad de consumo con facilidad; el crédito no fluye, porque los bancos están seriamente afectados en su solvencia; tenemos una crisis de la deuda soberana, que hace que no tengamos financiación para las recetas keynesianas… Lo siento, nuestro dolor de cabeza no es como los dolores de hace unas décadas. Keynes quizás tenía razón en su época, pero si viviese hoy y siguiese siendo el bueno observador de la realidad que fue en su tiempo, no habría propuesto las mismas medidas. La economía no es un libro de recetas.