En unas cuantas entradas anteriores he pasado revista a cambios que se han ido produciendo en el mundo de la economía y de las finanzas, y que me parece que pueden explicar la crisis financiera reciente y, más aún, los cambios sociales, morales, políticos y económicos que estamos observando. No soy, por supuesto, el primero que trata de explicar esos cambios, y espero que no seré el último. Concretamente, la financialización a que me he referido en entradas anteriores se aproxima a las críticas marxistas o socialistas al capitalismo financiero.
Pero mi explicación se separa de ellas al menos en un punto, que me parece importante: el problema no está, me parece, en un sistema económico que corrompe a las personas y a las instituciones, sino en una concepción antropológica, filosófica y ética de las personas, de las instituciones y de la sociedad, que acaba dañando al conjunto, y que, eso sí, toma el sistema económico como vía de penetración. Y esta diferente explicación me parece importante, porque, si tengo razón, no bastarán las soluciones izquierdistas tradicionales: impuestos progresivos, gasto social creciente, nacionalización del sistema financiero, aumento de los controles y regulaciones, etc., que no arreglarán el problema de fondo. Y no lo arreglarán porque, en esto, izquierdas y derechas, conservadores, socialistas y liberales, comparten en buena medida la concepción de la persona y de la sociedad.
Mi interpretación se refiere, ya lo he dicho, a la concepción de la persona y de la sociedad. Se trata de cambios que vienen de hace muchos años, que se han ido afianzando y que, ahora, a principios del siglo XXI, muestran toda su influencia, precisamente en la crisis social, moral, económica y política que nos ha afectado, y de la que todavía no hemos salido. Lo que quiero decir es que, detrás de aquellos cambios en la ciencia económica y en las finanzas, en las conductas de los consumidores, empresarios, capitalistas y empleados, en la manera de entender las instituciones económicas y de dirigirlas, hay cambios más profundos como los que apunto aquí, sin orden ni detalle:
Racionalidad instrumental. Lo racional es lo útil, lo correcto, lo verdadero (lo único verdadero).
Subjetividad. Los fines los establece el sujeto. No puede haber argumentos racionales sobre fines o preferencias personales.
Individualismo. El agente busca lo que le beneficia a él. Y busca la gratificación inmediata.
Emotivismo. Los juicios de valor son solo manifestaciones de emociones. No se puede decir nada racional sobre ellos, o sea, sobre si algo es “bueno” o “malo”.
Autenticidad. Uno debe ser “uno mismo”. Los otros pierden importancia.
Autonomía. El sujeto no tiene que responder ante nadie, siempre que actúe dentro de la ley.
No hay armonía posible entre los fines de diferentes personas. La sociedad es solo un conjunto de individualidades. No puede haber bienes comunes, salvo en un sentido reducido y cortoplacista.
Las relaciones humanas solo interesan si me proporcionan un beneficio; las relaciones humanas duraderas son molestas, incómodas; por eso se tiende a convertirlas en transacciones, como vemos en el mundo de las finanzas.
No hace falta que los ciudadanos sean honrados; el sistema (el mercado, la política) es capaz de conseguir la armonía solo mediante la ley.
Utilitarismo social. El sistema debe garantizar la solución de los problemas económicos de los ciudadanos, para que estos puedan concentrarse en lo que verdaderamente les interesa, que es su vida personal.
La ciencia económica es autónoma, lo mismo que las finanzas, y que la política; tienen sus propias reglas, y no tienen contenidos morales.
El mercado es capaz de autorregularse; sus problemas son técnicos, y se resuelven por los políticos con la ayuda de los expertos.
Con estas consideraciones basta, me parece, para hacer ver que estamos no ante un problema de teoría económica o financiera, o de regulaciones y controles, ni de política o instituciones, sino de concepción de la persona y de la sociedad. Naturalmente, ante una crisis como la actual hay que tomar medidas económicas y técnicas, pero el problema es más de fondo.
Y no se arregla con unas cuantas recomendaciones morales. Nuestra sociedad necesita una reflexión profunda sobre cómo nos entendemos, sobre nuestras potencialidades y nuestras limitaciones. Y esa reflexión tiene que extenderse luego a la economía, a las finanzas y a las demás ciencias sociales y humanas. Bueno, en eso estamos, al menos algunos -y me gustaría contar con el lector para esta tarea.