Adelanto algunas ideas que voy a presentar en la Universidad de Valencia, en un seminario con profesores de la Facultad de Economía, con motivo de una iniciativa que trata de potenciar el ethos de la Facultad, o sea, de aumentar la relación entre Ética y Economía. Agradezco al Profesor Manuel Guillén su invitación. Aquí me refiero a la Economía digamos teórica, no a la de empresa.
Por una parte, hay que recordar que la ciencia económica se considera, desde hace dos siglos aproximadamente, una ciencia separada de la ética (y de las demás ciencias sociales). En el fondo de esto está la idea de Hume (1739) de que los hechos (objetivos) no tienen que ver con los valores (subjetivos y privados), o sea, que del “ser” no se puede deducir el “deber ser”. No se puede hacer ciencia sobre lo subjetivo, por lo que la ética, que trata de los valores, no tiene nada que ver con la Economía.
La economía se ocupa de la eficiencia, a raíz del libro de Robbins (1932) que la define como la ciencia que se ocupa de los medios escasos para la consideración de los fines. Lo que caracteriza a la Economía debe ser la eficiencia, o sea, la mejor consecución de los fines con los medios escasos disponibles. Claro que no todos optimizamos, ni lo hacemos siempre, pero la idea de optimización es útil porque describe una conducta que se puede explicar y predecir. Se supone, pues, que las conductas no optimizadoras pueden reformularse como casos de optimización (la familia es el entorno para maximizar algunos resultados de las personas, la política trata de maximizar también unos resultados, etc.), o que lo que no se maximiza no es relevante, al menos para la Economía. En todo caso, los fines (las preferencias) están dados, no hay nada que decir sobre ellos, no es relevante de dónde proceden… La definición de Robbins nos lleva, pues, a una economía ajena a la ética. Y no hace falta romperse la cabeza para darse cuenta de que, si la eficiencia es lo que la Economía persigue, en un mundo de fines dados y medios escasos, la eficiencia es un “must”, un deber: la Economía se vuelve normativa, sin necesidad de la ética: pasa a tener su propia ética.
¿Por qué me parece que este razonamiento no es válido? Porque la teoría de la acción que se presenta en la Economía es incompleta. No considera que las personas obtienen resultados, no solo procedentes de fuera (la comida, el sueldo…), sino también en uno mismo (satisfacciones, aprendizajes cognitivos y de capacidades, de virtudes y de actitudes), y que esto cambia las preferencias, o sea, los fines, y cambia también la regla de decisión, que ya no puede ser la maximización de una función de preferencias dada, porque esta es cambiante, de acuerdo con una regla interna (los aprendizajes mencionados) que, sin embargo, no es completa, porque no explica qué vamos a aprender y cómo lo vamos a aprender y, sobre todo, cómo los demás van a aprender como consecuencia de mis acciones. O sea, la Economía no garantiza el equilibrio del sistema a largo plazo. Para lograrlo, recibirá algunos inputs de otras ciencias (sociología, psicología, ciencia política, neurociencias…), y, sobre todo, de la ética, que se convierte así en la condición de equilibrio a largo plazo.