Hace unos días me invitaron a dar una conferencia sobre ética en los negocios a los auditores reunidos en el 4º Audit Meeting del REA + REGA, en Madrid. Me gustó que, en un congreso eminentemente técnico, quisieran escuchar a alguien que les iba a hablar de ética.

Y empecé diciendoles que la ética había estado de moda, pero que había perdido algo de ese interés. Sospecho que porque, a estas alturas, ya no se puede hablar de ética como cosmética, es decir, de cómo maquillar los negocios (algo muy importante para los auditores) para que parezcan éticos, pero, eso sí, sin comprometer los beneficios.
Y también porque algunos consideran que no está el panorama ahora para jugar con florituras, cuando es el negocio el que está en peligro -porque ¡estamos en crisis!, dicen. Como si la ética no haya tenido mucho que ver con la crisis. Lo que “realmente importa” ahora es otra cosa, dicen. Deben pensar que la ética es un lujo para empresas que ya ganan mucho dinero y que tienen sus clientes seguros y leales.
Por eso les dije que una empresa ética es una empresa buena -sostenible, responsable, humanística…: llámenla como quieran. Porque debe tener una estrategia adecuada a su condición de empresa sostenible, responsable y ética: una estrategia exitosa, claro, diferente de la de sus competidores, que se gana el apoyo de su gente, que captura a sus clientes… Y porque la ética está presente en todo lo que hace la empresa, desde su declaración de misión hasta su estrategia, su estructura, su cultura y su día a día.
En definitiva, les dije, ser ético es tratar de ser excelente. Y no me digan que esto no es posible: puede que sea difícil ser excelente hoy, pero es perfectamente posible tratar de ser excelente hoy. Y siempre.