Las tarjetas opacas otra vez II

En una entrada anterior presenté los prolegómenos del problema de las “tarjetas opacas”, en el contexto de una grave crisis que complica el análisis desapasionado del tema. A esto dedicaré ahora algunos párrafos.

Antonio Argandoña,profesor del IESE
Antonio Argandoña,profesor del IESE

Las tarjetas de crédito corporativas pueden considerarse como una forma de atender a los gastos de representación en que incurren los directivos, consejeros o empleados de una empresa, o como forma de remuneración de estos.
El caso más sencillo es el de los llamados gastos de representación. Por ejemplo, si un directivo quiere invitar a cenar a un cliente, lo lógico es que no utilice su tarjeta personal, sino una tarjeta corporativa, que se carga directamente a la empresa. Pero esto le obliga a presentar las facturas, que serán objeto de control por parte de la empresa y de sus auditores, aunque se pueden permitir pagos de pequeña cuantía y difícil justificación, como las propinas. La entrega de una tarjeta de empresa a un empleado es siempre un acto de confianza.
Desde el punto de vista de la empresa, la buena gestión de las tarjetas corporativas incluye tener identificados a sus titulares, establecer algún límite a la cuantía que pueden usar sin autorización previa o a lo que pueden pagar con ellas, exigir la presentación de notas de gastos o facturas y un control razonable sobre esas partidas. La información que han dado los medios de comunicación hace pensar que hace años esos requisitos se cumplían (por ejemplo, un límite de gastos al mes), pero que más recientemente se abandonaron. Esto sería una muestra de mala gestión, primero profesional (muchos problemas éticos son, ante todo, faltas de profesionalidad); luego moral (porque alguien no está cumpliendo sus deberes de justicia como directivo, y también porque ofrece a los receptores de tarjetas la oportunidad de abusar de ellas) y finalmente legal (porque la mala gestión está contemplada también en las leyes, y también porque se produjo una manipulación de la información contable, para que esos importes apareciesen como errores informáticos o en una cuenta cuyo nombre no permitía identificar las operaciones llevadas a cabo, a fin de no llamar la atención de los auditores).
Por su parte, los que usan la tarjeta deben actuar como buenos administradores de un dinero que no es suyo. El uso que cada uno haga de este instrumento será un indicador de su honradez, su sentido de la justicia y su austeridad; la excusa de que “paga la empresa” es eso, una excusa.
Y de las tarjetas opacas como forma de remuneración hablaré otro día.

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