De pronto un niño dice su primera palabra. Para llegar a ella ha tenido que llorar y reír, gesticular, balbucear y canturrear cosas ininteligibles y, para hablar bien, necesita ejercitar ese nuevo instrumento que ha adquirido. La mejor manera de enseñarle a hablar es hablarle mucho… y bien. ¿Pero cómo lo debemos hacer?
◾Siempre hemos de hablarle de forma clara, mirándole a los ojos y acompañándonos de gestos para que nos entienda mejor.
◾Debemos diferenciar entre comprensión y expresión. Si falla la primera, tendrá dificultades con la segunda. Aunque no se exprese bien, primero tendremos que asegurarnos de que lo entiende todo: cómo reacciona ante lo que le decimos, si hace lo que le ordenamos, si atiende…
◾No debemos olvidar pronunciar siempre el nombre de los objetos que utilizamos. Por ejemplo, a la vez que le vestimos le podemos ir diciendo: “ahora te voy a poner el pantalón, ahora los zapatos”, vocalizando bien y repitiendo, sin usar diminutivos. Lo mismo hemos de hacer cuando vamos de compras, damos un paseo…
◾Crear un ambiente dialogante en casa puede ser la mejor forma de desatar su lengua. Si somos una familia que se cuenta cosas, ellos querrán también participar.
◾La música clásica y las canciones infantiles son dos buenos aliados para formar su oído y su sentido del ritmo, ambos cruciales a la hora de hablar. No dejemos de aprovechar esos medios que tenemos tan a la mano.
◾Cuando el aprendizaje del habla no se desarrolla según los parámetros normales, si observamos un retraso, alguna dificultad importante o un mutismo exagerado, debemos acudir a un especialista para que nos dé unas pautas más concretas. Ante cualquier duda, debemos consultar con el pediatra: él nos dirá si todo es normal o, en su defecto, nos derivará a un logopeda.
◾Un niño o una niña que habla mal puede hacer mucha gracia. Esa “lengua de trapo” resulta divertida, pero, a la larga, puede convertirse en un freno. Si habla mal, mejor ignorar lo que dice, lógicamente, sin dejar de atenderle. Intentemos no utilizar expresiones infantiles como “guauguau” (perro), “tete” (chupete), “tate” (chocolate), “burrún” (coche), “chichi” (carne)…
◾Los monosílabos son los grandes aliados de la pereza y uno de los grandes obstáculos en el desarrollo del habla. Hagamos lo posible para que no nos tenga que responder con un “sí” o un “no”. Una forma de conseguirlo consiste en apremiarle a que se expresen utilizando preguntas abiertas. Mejor que preguntarle si quiere fruta para merendar, es preferible decirle: “¿qué quieres hoy para merendar?”. Del mismo modo, si nos responde con gestos, debemos hacer como que no le entendemos para forzar que nos hable.
◾Para incentivar su locuacidad debemos evitar los juegos solitarios. Es mejor que juegue con otros niños o niñas. Por eso, el cole suele ser el lugar donde más se estimulan. De todas formas, cuando juegue en solitario, es bueno que le observemos, generalmente se habla porque no sabe todavía pensar en silencio. Un niño que se habla solo está manifestando la existencia de un lenguaje interior.
◾Si tiene dificultades para pronunciar un sonido determinado es conveniente elaborar un listado de las palabras que lo contengan y repetirlas varias veces, de ese modo reeducaremos su buena dicción.
◾En ningún caso debemos corregirle repitiendo la palabra que ha dicho mal, sino pronunciándola nosotros correctamente. Si le decimos: “No se dice ‘pitota’, sino pelota”, le estaremos reforzando lo que no tiene que hacer. Es mejor decirle: “Sí, ten la pelota”, remarcando la palabra.
◾Existen muchas formas de estimular el lenguaje, como contarle cuentos, poner películas para que las vea repetidas veces, enseñarle canciones, utilizar libros infantiles para que nos cuente la historia que ve ilustrada, hacerle describir objetos y situaciones, animarle a que nos cuente cosas…