El pasado fin de semana tuve la oportunidad de participar en una sesión sobre las claves de la educación de los hijos. El taller, al que asistimos unos cincuenta matrimonios, estuvo dirigido por el profesor de universidad, escritor y, hace ya alguna década, profesor de IES, José Ramón Ayllón [1]. ¿Cuáles son las bases de la educación en el hogar para el Prof. Ayllón?.
Primero y ante todo, conocer nuestra propia realidad humana: qué somos, cómo somos, nuestro origen y destino… No cabe duda que todo hombre y toda mujer son un misterio, un enigma que se descubre por encima de todo en el don de la paternidad y la maternidad. El hijo nos interpela y nos aporta luz sobre la propia realidad y nuestro contexto vital. A su vez, el hijo va descubriéndose, a sí mismo y a la sociedad que le circunda, en la entrega y donación gratuita que su madre y su padre tienen hacia él.
Otra de las claves es el cariño, ya lo decía Goethe “da más fuerza saberse amado que el ser fuertes”. El amor y el afecto son a la educación lo que el agua es al nadador; no se puede nadar sin agua. Educar nunca será domar… es amar, querer el bien del amado.
La tercera clave es la familia, el hogar. La sociedad actual niega la evidencia y hay que explicar a los jóvenes qué es la familia; entre tanta confusión ya no se sabe qué es la familia. Se habla de modelos y tipos de familia. Sin embargo, la familia es una y su origen está marcado por nuestra naturaleza.
La vinculación familiar surge en la unión de un espermatozoide humano que va desesperadamente en busca de un óvulo humano para generar un nuevo ser humano. En ese acto apareced el vínculo familiar que nos constituye como hijos de una madre y un padre. En familia se nace, se crece, se madura… para luego formar otra familia. Las leyes, por mucho que se empecinen, no podrán nunca salvar el escollo de la biología humana. El hogar, el calor de la familia, es una de las claves de una buena educación arraigada en lo más profundo de la persona.
La educación exige verdad, ya lo decían los griegos: educar a los jóvenes es hacerles comprender la distinción entre el bien y el mal. Pero no basta con saber qué es el bien, hay que llevarlo a la práctica. Está de moda hablar de las inteligencias múltiples, término acuñado por el premio Príncipe de Asturias, Howard Gardner. Existen múltiples inteligencias, la racional, la afectiva, la creativa, la social… Pues bien, existe una inteligencia moral, la que nos permite llevar a cabo actos moralmente buenos que son aquellos que se inspiran en la verdad del ser humano.
Protágoras afirmó erróneamente que “el hombre es la medida de todas las cosas”… Esa falacia del sofista ya la denunciaron, hace más de 2500 años, Sócrates y Platón, pero hoy es la norma de vida. Cada hombre marca su propia verdad, su verdad, su credo. Para que un edificio no se derrumbe el buen arquitecto diseña un buen fundamento. Así, los padres hemos de tener unos principios claros y sólidos que cimienten toda la educación en el hogar, que por otra parte son pocos y estables.
Finalmente, Ayllón mencionó dos principios: el esfuerzo y la autoridad. Nada se logra en esta vida sin trabajo, esfuerzo y tesón. La constancia, la paciencia son las claves del éxito educativo. La familia no es una democracia consensuada, es un entorno de amor, de comprensión, de respeto y de ahí nace la “autóritas” que es el servicio a los demás en la entrega y en el ejemplo.