Escuela de padres: Consentimiento sexual

Recibimos con agrado la noticia de que el Gobierno español elevará la edad mínima de consentimiento sexual de los 13 a los 16 años (ver). A partir de ahora, el adulto que tenga relaciones sexuales con un menor, aunque este dé su conformidad, será condenado a penas de entre dos y seis años de cárcel; si bien no se considerará delito aquellas relaciones sexuales consentidas entre menores con edad similar o con un grado parejo de madurez. De esta forma, España pierde el poco honroso título de ser el Estado de la Unión Europea con la edad de consentimiento sexual más baja, y eso es un indicador de que a las autoridades les preocupa la sexualidad de los adolescentes.

imageSobre este tema, un profesor de anatomía y clínica veterinaria en la Universidad de Cambridge, David Bainbridge, divulgador científico de temas como el embarazo, el sexo y el cerebro, dice que la actitud de Occidente respecto al sexo ha pasado “del estreñimiento a la diarrea”. La metáfora no es agradable, pero lo que está pasando tampoco. La hipersexualización de la sociedad ha llegado a tales extremos que ha transformado la forma de vivir la adolescencia; por eso, cualquier medida, por elemental que parezca (como la propuesta por el Gobierno), tiene el valor de haber recuperado una sortija empeñada.

David Bainbridge, en su libro Adolescentes: una historia natural, escribe, siempre desde un punto de vista evolutivo: “La adolescencia humana es una constelación de eventos cuidadosamente sincronizados: la secuencia coordinada de cambios puberales, con frecuencia distintos según los sexos para que las chicas se desarrollen antes; el catálogo de un desarrollo cerebral efectuado por fases que lleva la mente hasta nuevos dominios de análisis, abstracción y creatividad; el remolino de cambios sociales que obliga a analizar de nuevo el yo, a alejarse de los padres y a vincularse a los amigos; la excitación de la experimentación romántica y sexual”.

El profesor de Cambridge continúa explicando que el rasgo básico de la adolescencia humana es que todos esos fenómenos, a diferencia de otras especies, tienen lugar simultáneamente y durante un periodo de tiempo considerable. En épocas recientes lo que ha cambiado mucho es el inicio más temprano de la pubertad, al tiempo que, por razones obvias, se insta a los adolescentes a evitar el embarazo. “En todo caso –continúa–, esa tensión entre la anticipación de la fertilidad y el retraso de la concepción no hace sino potenciar la dinámica única de la adolescencia”.

El mismo autor coincide con muchos expertos en que el inicio cada vez más precoz de la pubertad implica que los adolescentes alcanzan la madurez sexual cuando, mentalmente, son relativamente inmaduros. ¿A qué es debida esta precocidad? Bainbridge lo tiene claro: “Debemos ir más allá de la genética para explicar la sostenida disminución de la edad en que se inicia la pubertad”. Y pone un ejemplo extraído del ámbito veterinario, su campo de estudio: los ganaderos saben desde hace siglos que el inicio de la pubertad en los animales puede adelantarse modificando su entorno, a saber, a las hembras jóvenes se las puede estimular, de entre otras maneras, exponiéndolas a machos maduros. “Por tanto –concluye–, no debería constituir ninguna sorpresa que los cambios ambientales puedan suponer el adelanto, también en los seres humanos, del inicio de la pubertad”. Y no es de extrañar que los adolescentes modernos se estén desarrollando en “tiempos antinaturales” y en un “orden antinatural”.

Nos toca a los padres estar a su lado para ayudarles a acompasar ese doble crecimiento que lleva velocidades tan dispares, para que el “orden” y los “tiempos” sean lo más “naturales” posibles. Si el inicio es más temprano, hemos de empezar antes a hablar de sexualidad con nuestros hijos, y, si los vientos no son propicios, hemos de remar con mayor fuerza. Ya lo decían los romanos: “Si ventus non est, remiga”, “si no hay viento, hay que remar”.

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