Vientres de alquiler o gestación subrogada

Siempre que se pretende dar respetabilidad a una actividad hasta el momento rechazada o mal vista hay que buscarle un nuevo nombre. Así ocurre con la maternidad de alquiler, práctica prohibida por la legislación española y de la mayor parte de países europeos. A los partidarios de estos arreglos –normalmente gente que ha obtenido un hijo de este modo– les molesta que se hable de “vientres de alquiler”. El término correcto sería “gestación subrogada” o “gestación por sustitución”. Esto le da un aire aséptico de mera técnica de reproducción asistida. La mujer ni tan siquiera sería madre, solo gestante.vientres

Así lo proponía Antonio Vila-Coro, presidente de una asociación de familias por gestación subrogada, en carta dirigida a El País (8-07-2014). La expresión “vientres de alquiler” le parece “insultante para nuestros hijos, nuestras familias, y, especialmente para las mujeres que donan su capacidad gestacional. Es un término que cosifica a la mujer y la reduce a un objeto de transacción”.

Sí, pero ¿qué es lo que cosifica a la mujer portadora? ¿El término o el uso que se hace de su cuerpo en esta actividad? Si por alquiler se entiende dejar a alguien una cosa para que la use u ocupe, a cambio de un precio, no parece un término inadecuado para la transacción propia de la maternidad subrogada. Aquí se utiliza el cuerpo de la gestante como si fuera una incubadora, al servicio de una pareja contratante que paga sus servicios.

¿Estas mujeres “donan su capacidad gestacional”? Si fuera algo altruista no se habría desarrollado en los países que admiten esta práctica toda una industria de agencias y clínicas para poner en contacto a clientes y gestantes. Hay mucho dinero por medio. Pero el autor de la carta piensa que no puede hablarse de transacción o alquiler “ni siquiera en el caso de que [la mujer] reciba una compensación económica por las molestias y los riesgos a los que se somete”. Pero ¿esa “compensación” no es la razón del alquiler? Cuando uno alquila un piso paga un alquiler al dueño por las molestias –él no podrá utilizarlo durante un tiempo– y por los riesgos –la posibilidad de que el piso se deteriore–­.

El dinero es tan esencial en esta práctica que sin él es imposible recurrir a ella. El patrón de estos contratos es el de pareja de país rico que recurre a vientre de alquiler de país pobre. Por lo menos no suelen ser noticia los casos de mujeres ricas que donan su capacidad gestacional para parejas estériles pobres.

El pasado julio, una serie de personalidades francesas dirigieron una carta abierta al presidente Hollande, para exigirle que no admitiera la llamada “gestación por sustitución”, práctica prohibida en Francia, pero a la que recurren algunas parejas para luego pedir la inscripción del niño en el registro civil francés. Si no, decían, “¿cómo se explicará a los franceses que, si tienen dinero, pueden ir a comprar un bebé en el extranjero, e inscribirlo como su hijo o su hija, mientras que, si no son lo suficientemente ricos, deberán sufrir la prohibición de la legislación francesa?” Esto es también discriminatorio.

Hablar de “maternidad de alquiler” molesta porque recuerda que en el origen de ese “modelo de familia” ha habido una transacción económica. Pero alumbrar un nombre sustitutivo para esta práctica no elimina la cosificación de la mujer.

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