El paro de los jóvenes es uno de los problemas principales de la economía española, y de la de otros países (europeos, por ejemplo). Es un problema complicado, porque en él se proyectan el resultado de la educación (fracaso educativo, si acaba no solo con el abandono de los estudios, sino, sobre todo, con la incapacidad de encontrar un empleo satisfactorio y duradero), los defectos del mercado de trabajo (a los que me he referido en una entrada anterior) y el nivel de vida en la vejez (porque la cuantía de la pensión dependerá en buena parte de las aportaciones que cada uno haya hecho a la seguridad social). Y todo esto en el ámbito económico (empleo, paro, salarios, productividad…), psicológico, social, político y moral.
Hoy preocupa mucho no solo el paro, sino también el bajo nivel de los salarios de los jóvenes (mini-jobs, muchas veces). Aquí me parece que debemos distinguir entre el salario de entrada en el mercado y el salario que cobra una persona al cabo de un tiempo. No me parece mal que los jóvenes empiecen con salarios bajos, porque entran en una relación a largo plazo, en la que lo relevante es la renta que pueden recibir a lo largo de toda su vida. Una vez comprobado que el nuevo empleado sirve para el puesto de trabajo, es decir, que su productividad es satisfactoria, lo lógico es que la remuneración se acerque rápidamente a la que será a largo plazo. Hay profesiones (la enseñanza universitaria, por ejemplo) en que los salarios son bajos al principio, con la expectativa de salarios mayores, seguridad en el empleo y la apertura a otras oportunidades, cuando uno progresa en el escalafón de la universidad.
Más alarmante es el caso de los jóvenes que no pueden esperar más que un salario reducido durante muchos años, lo que bloquea sus oportunidades de constituir una familia, comprar una casa, etc. Pero el problema es que muchos de esos jóvenes van a tener productividades bajas durante muchos años. En parte, por causas ajenas a ellos: las empresas no han hecho inversiones suficientes, la demanda de bienes y servicios no crece, hay una fuerte competencia de otros países con salarios bajos, la tecnología facilita la sustitución de trabajo por capital (ordenadores, por ejemplo)…
Otras veces su baja productividad se debe a la insuficiente acumulación de capital humano, en la educación, en la formación profesional y en el reciclaje profesional después de un episodio de desempleo. Podemos discutir si la culpa es de ellos, de sus familias, de sus escuelas y universidades o de la sociedad. Pero el hecho claro es que su productividad va a ser baja. Y, claro, no podrán tener salarios altos, por algo que ya he explicado otras veces. Si la productividad de un trabajador es de 100 unidades de producto al mes, y ese producto se vende por un euro al mes, el trabajador podrá ganar 100 euros al mes. Si su sueldo es de 80 euros, será barato, de modo que el empresario podrá contratar nuevos trabajadores, o bajar el precio de su producto (si la competencia se lo exige), o subirle el sueldo. Pero si su sueldo es de más de 100 euros al mes, tarde o temprano acabará en el desempleo.
Ya sé que esto suena muy poco “social” y, a la vez, demasiado sencillo. Pero por algún sitio hay que empezar. ¿Qué podemos hacer, en esas condiciones, para aumentar el empleo y mejorar la remuneración de los trabajadores jóvenes?