Una niña de trece años hace un striptease en su habitación. Lo graba con su móvil y se lo envía a su novio. No piensa que está entregando parte de su intimidad a la persona que le ha robado el corazón, ni mucho menos que la puede estar haciendo pública, sino que simplemente lo ve como un juego, como una forma divertida de comunicarse.
Y es que se ha puesto de moda entre los adolescentes enviarse vídeos o fotos en actitudes íntimas. Es lo que se llama “sexting”, es decir, el envío de contenidos de tipo sexual, producidos generalmente por el propio remitente, a otras personas por medio del teléfono móvil. A veces, esas fotos o esos vídeos son solicitados por el novio o novia, lo que los convierte en una forma de chantaje afectivo al que acceden con facilidad los adolescentes social o emocionalmente más desprotegidos.
La promesa de que esto va a quedar “entre nosotros” es fácil de incumplir. Al ser considerado nada más que un juego se le quita importancia, se enseña a los amigos o se pasa el vídeo o la foto a otras personas. A partir de aquí, esos contenidos pueden ir a parar a cualquier sitio, de un móvil a otro o se pueden colgar en Internet. Una vez en la red, la intimidad es irrecuperable. La manera de evitarlo, la única manera, consiste en no producir ese tipo de fotos o vídeos.
Como padres no podemos ser ingenuos y pensar que esas cosas pueden ocurrir en otras casas, pero en la nuestra no. La combinación de la tecnología, una sociedad hiperpermisiva y la eclosión de las hormonas puede resultar muy peligrosa. En un mundo digital en el que la realidad queda oculta tras las pantallas (lo que no queda grabado no es real) y en el que todos llevan una cámara en el bolsillo, se hace casi forzoso ir registrándolo todo como si fuéramos reporteros de nuestra propia vida, una vida en la que sólo cuenta lo que hemos podido guardar en la memoria de nuestro móvil o de nuestro ordenador.
Hablemos con nuestros hijos abiertamente de este tema como una cuestión más de su formación afectivo-sexual. Advirtámosles de los peligros que comporta enviar o colgar en la red cualquier información personal. Digámosles que la intimidad hay que guardarla porque, si no, no es intimidad. Como responsables de su educación hemos de saber con quiénes se relacionan en el ciberespacio, a quién envían mensajes y de quién los reciben, quiénes son sus amigos en las redes sociales, etc.
Podemos poner alertas en los buscadores con su nombre y su nick, así como vigilar sus perfiles en Tuenti, Facebook, Twitter, Habbo, Fotolog… o en sitios más provocativos como Metroflog, Sexyono, Votamicuerpo, Meadd… Si cualquiera puede acceder a estos contenidos, ¿cómo no lo vamos a hacer nosotros que somos sus padres? Del mismo modo, si les ponemos normas de funcionamiento en casa, deberíamos ponérselas también para el uso de la red o del teléfono móvil.
Hay formas de jugar con el móvil que ponen la intimidad en juego. Advirtamos a nuestros hijos de esos peligros, por ejemplo, del grooming o engatusamiento que utilizan ciertos adultos para ganarse la confianza de un menor fingiendo amistad, ayuda o buenas disposiciones, con fines eróticos (hacerse con fotos o vídeos). Suele ser la forma de conseguir material que luego aparece en las redes de pederastias o de pornografía infantil.
Fuente:Familia actual.17 de septiembre de 2012