Reformar la Administración pública

Antonio Argandoña.-Profesor del IESE
Antonio Argandoña.-Profesor del IESE

En El Periódico del jueves 3 de enero escribí sobre “Ideas para reformar la Administración” (aquí). Forma parte de algunos artículos que he publicado en los últimos meses, sobre aspectos de las muchas reformas que la economía y la sociedad española deben llevar a cabo, no ya para salir de la crisis, sino para volver a ser una sociedad próspera, democrática y justa. La tesis de mi artículo es que, si queremos reformar la Administración (y hace mucha falta, desde luego), debemos utilizar la estrategia de la zanahoria, no la del palo. Quiero decir que, con argumentos del estilo de “para lo que hacen, ya se les puede reducir el sueldo” o “sobran la mitad”, no vamos a ir muy lejos. Y doy tres razones para ello. Primera: que nuestros funcionarios son tan eficientes como los demás ciudadanos, o tan vagos, o tan corruptos, o tan honrados, porque salen de la misma sociedad. Es verdad que quizás los incentivos y condicionantes pueden ser distintos y, con el tiempo, cambian sus conductas, pero esto es una razón más para que llevemos a cabo cuanto antes la mencionada reforma. Quizás en el pasado hemos recurrido demasiado a los incentivos materiales, sin contar suficientemente con las virtudes, la motivación intrínseca y la profesionalidad de los buenos funcionarios.

La segunda razón es que, a las malas, los funcionarios nos ganan, por la sencilla razón de que ellos tienen la Administración pública en sus manos. Y la tercera es que, si queremos reformar la Administración, ellos son los que la conocen. O sea que lo mejor es que nos los ganemos para la guerra que se avecina. Lo que me lleva a hacer algunas sugerencias para facilitar esa reforma. Una: establecer objetivos que sean atractivos para los ciudadanos, los políticos… y los propios funcionarios. Por ejemplo, aumentar la eficiencia y el ahorro en lugar de reducir las plantillas. Otra sugerencia: poner al ciudadano en el centro de la Administración, de modo que piensen en el usuario antes que en la función pública -lo mismo que las empresas tratan de conseguir que sus vendedores consideren que el cliente es lo primero, aunque, eso sí, no siempre lo consiguen.

Otras sugerencias: facilitar la cooperación entre administraciones (ahora no es fácil, porque hemos montado los incentivos perversos, cuando, por ejemplo, les exigimos que cumplan los objetivos de su oficina antes que la satisfacción de los problemas del ciudadano). Fomentar la movilidad, entre oficinas públicas y con el sector privado. Desarrollar nuevas capacidades de los funcionarios -y como muchas de ellas surgen del sector privado, romper barreras y facilitar la movilidad entre un sector y otro. Aprender de la experiencia de otros países. Apostar a fondo por las nuevas tecnologías. Y más, claro

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