El Día del Padre es también el día de nuestro padre. No lo olvidemos; pues, antes de ser padres, somos hijos. Esta es la clave antropológica: todo ser humano es esencial y constitutivamente hijo o hija. Parece de Perogrullo –y en cierto modo lo es–, pero a veces lo olvidamos. En el resto de los animales esta condición se reduce a las leyes biológicas y, en general, se diluye enseguida; pero los seres humanos, que somos los seres más indigentes de la naturaleza, necesitamos ser hijos para ser humanos. La filiación nos incardina en la humanidad.
No tener padres o no haberlos conocido no nos deja fuera de esa condición filial, como una persona muda no carece de lenguaje aunque no pueda hablar. Sentirse hijo es sentirse dependiente, sentir que procedemos de alguien que nos ha dado la vida. Por eso, la respuesta, quizá no primera, pero sí principal, de un hijo a sus padres es la gratitud. Y por eso se dice que “de bien nacidos es ser agradecidos”, porque no serlo sería no sentirse hijo.
Por si lo olvidamos, están nuestros hijos para recordarnos no solo que somos padres, sino también que somos hijos, que nunca perdemos esa condición o, mejor, que, gracias a la paternidad o la maternidad, la acrecentamos. Asimismo, nos recuerdan lo que nuestros padres hicieron por nosotros, porque ahora lo estamos haciendo con ellos, y nos piden que aprovechemos ahora que somos mayores para agradecérselo.
Pero a veces olvidamos todo eso y somos con nuestros padres, ya ancianos, injustamente duros, fríos, insensibles, impacientes. Quizá sea porque, al tiempo que nos sentimos sus hijos, ejercemos en cierta manera de padres de nuestros padres.
Estas reflexiones nos las ha sugerido el visionado de un corto del director griego Constantin Pilavios titulado What is that? (¿Qué es eso?). En él, un hijo y su anciano padre están sentados en un banco del jardín de una residencia. La demencia senil le lleva al padre a preguntar varias veces “¿qué es eso?”, refiriéndose a un gorrión que revolotea entre los arbustos y el suelo. El hijo, tras la pueril insistencia del anciano, pierde los nervios y acaba gritándole: “¡Ya te lo he dicho varias veces, es un gorrión!”. Entonces, el padre se levanta, entra en la casa y sale con un diario que él solía escribir. Pide a su hijo que lea en una página determinada (se lo señala con el dedo) donde escribió hace mucho tiempo la experiencia que había tenido con su hijo, el mismo que está ahora sentado junto a él y acaba de perder la paciencia. El hijo lee en voz alta y se da cuenta de que, al cabo de los años, los papeles están cambiados…
Sintámonos hijos el Día del Padre.