Lo que distingue al fanático no es la idea que defiende, sino su tenaz preocupación por la causa y su disposición a emplear medios autoritarios. Por eso también se puede ser un fanático de la diversidad y el igualitarismo, aunque en teoría se haga en nombre de la tolerancia. Y si el activista de la diversidad trabaja en la escuela, se considerará legitimado para adoctrinar a los alumnos en sus peculiares ideas. Ya se sabe, si se trata de mis convicciones, ya no es adoctrinamiento sino concienciación.
Un ejemplo, menor pero significativo de los aires que corren por EEUU, es el de las escuelas públicas de Wisconsin, embarcadas en un programa a favor de la diversidad y contra el racismo. Entre otras medidas, el Departamento de Instrucción Pública animaba a los estudiantes blancos a llevar pulseras blancas “como un recordatorio de tus privilegios, y como un compromiso personal para explicar por qué llevas la pulsera”. También les recomendaba “poner una nota en el espejo o en la pantalla del ordenador como recordatorio para pensar sobre el privilegio” y preguntarse “¿qué estoy haciendo hoy para anular mi privilegio?”
La idea de las pulseras blancas me recuerda el caso de los judíos obligados por los nazis a llevar en sus ropas la estrella de David para manifestar públicamente su condición. Ciertamente, la coerción y las consecuencias no se pueden comparar. Pero la idea de utilizar un distintivo como recordatorio ideológico de la pertenencia a un grupo étnico es la misma.
Lo que ha cambiado es el clima cultural de la época. Los nazis querían afirmar la inferioridad racial de los judíos, en nombre de la superioridad de la raza aria; los burócratas de Wisconsin pretenden abajar a los blancos, para celebrar la diversidad. La estrella amarilla de los judíos servía para inculcarles un sentido de culpabilidad por su origen étnico; la pulsera blanca de Wisconsin intenta crear en los blancos un complejo de culpabilidad por ser unos privilegiados. La estrella de David estigmatizaba a los judíos para que los demás no se relacionasen con ellos; la pulsera blanca señala al niño blanco que tiene que mezclarse a toda costa.
Normalmente se asocia privilegio con minoría exclusiva y grupos cerrados. Pero, a juzgar por la composición ética del estado de Wisconsin, no es fácil sentirse privilegiado por ser blanco. Los blancos son el 86,2% de la población, los afroamericanos el 6,3%, los hispanos el 5,9% y los amerindios el 1%.
Tampoco hay que dramatizar. Probablemente muchos escolares de Wisconsin se habrán tomado a broma esta ocurrencia políticamente correcta de las autoridades educativas. Lo malo es que en las escuelas proliferan cursos de “American Diversity”, que cuestan dinero al contribuyente y quitan horas para estudios básicos. Quizá podrían aprovechar las pulseras para poner algunas fórmulas de ciencias, de esas que sí es importante recordar.