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La cantante Miley Cyrus actuó el pasado viernes en Barcelona y lo hará el martes en Madrid con su gira Banger Tour. Hay quien llama “porno-Disney” a lo que la estrella americana hace sobre el escenario. Un despliegue de luz, sonido, pirotecnia, dibujos animados, llamativos decorados, bailes, canciones propias y versionadas, peluches, muñecos hinchables… todo orientado a provocar a un público adolescente, en su mayoría chicas, que son capaces de cualquier cosa por hacerse con una entrada. Pero el ingrediente principal, el eje sobre el que gira el disco colorista de Miley Cyrus, es el sexo, un erotismo rudo, obsceno y vulgar, que convierte el espectáculo en una experiencia sexual “softcore” (porno blando, porno-Disney).
Lo que más llama la atención del fenómeno Miley Cyrus son sus antecedentes de niña-Disney. De la noche a la mañana, el dulce, inocente e infantil personaje de Hannah Montana se convierte en un volcán provocador que escupe por su cráter toda la tensión contenida en su interior. Quizá la erupción pornográfica de Miley esté inducida por la forma Disney de entender la niñez como una mezcla de inocencia vacía y ternura sexualizada. Este contraste entre la niña Disney, que vive en un mundo de dibujos animados, y la cantante provocadora, que se sube a un escenario a dirigir una bacanal adolescente, no es tanto como parece si partimos del hecho de que en cierto modo allí estaba latente lo que ahora irrumpe de forma insolente.
El caso Miley Cyrus es un claro ejemplo de lo que están viviendo, o les estamos haciendo vivir, a nuestros preadolescentes: la irrupción brutal (y, por qué no decirlo, traumática) del sexo en sus vidas. El acceso que tienen los niños a la pornografía (los que tienen un teléfono móvil la pueden llevar en el bolsillo) provoca que el paso de la niñez a la adultez lo den como un salto desde un acantilado. ¡Qué distinto es entrar en el mar desde la playa! Ahora hacemos que se lancen solos al vacío y que se sumerjan de golpe en aguas profundas donde no pueden hacer pie. Saldrán a flote, es cierto, pero se habrán zambullido en una experiencia para la que no están preparados.
Preparar a los hijos para vivir la sexualidad cuando ésta vaya despertando no consiste en hervir las hormonas y dejarlas salir de golpe. Las altas dosis de sexo duro a las que están expuestos los niños que comienzan a dejar de serlo no funcionan como una vacuna, sino como un hechizo imposible de controlar. Les estamos obligando a pasar de La Sirenita a Desmadre a la americana sin solución de continuidad como si esa fuera la única alternativa, como si la edad de la inocencia no fuera más que un engaño que no se puede mantener durante demasiado tiempo.
Los padres se equivocan si piensan que todo está hecho cuando sus hijos dejan ya de ver el Disney Channel. Nada más lejos de la realidad. Es justamente en ese momento cuando con más intensidad deben estar presentes, para que no cambien a golpe de mando a distancia a los muchos canales de porno blando (que algunos llaman porno-Disney) que tienen a su alcance.