Existe una delgada línea que separa un piropo de un comentario sexista. Marcar esa línea es lo que pretende la ley que se quiere aprobar en Bélgica.
El piropo es una ocurrencia ingeniosa, una obra de arte en miniatura, un comprimido literario que sintetiza la admiración que produce una mujer. Y es que los piropos se los han llevado siempre las mujeres. Aunque ahora han comenzado ellas a echar piropos a los hombres, y, todo hay que decirlo, han demostrado tener más chispa. No obstante, tradicionalmente el piropeo ha sido cosa de hombres.
Generalmente, la mujer objeto de un piropo, de un buen piropo se entiende, se ruboriza (pyropus en latín significa “aleación de cobre y oro”) porque se nota observada y tocada por la palabra en algo que, aunque sea externo, encierra un secreto íntimo. En cambio, el piropo grotesco insulta, hiere, golpea, avergüenza y deshumaniza, es un comentario sexista y acosador; el elegante, en cambio, es como un beso al aire que se queda revoloteando e ilumina como una aureola invisible.
Quien piropea con gracia y elegancia manifiesta fina sensibilidad y buena educación, pues no en vano, el piropo y el cumplido sincero resaltan alguna virtud de la persona que lo merece. Se puede decir que quien suelta un piropo ha sufrido un arrebato literario provocado por el descubrimiento de algo sublime. La mujer piropeada con gracia y elegancia no debe sentirse ofendida, sino, en todo caso, sorprendida por haber sido descubierta. Eso le puede causar un cierto pudor, aunque en el fondo se siente halagada.
Los piropos se echan, lo que significa que hay que saber recibirlos. Si piropear es un arte, saber encajar un piropo también lo es. No darse por aludida resulta poco creíble y creerse merecedora del requiebro denota altivez. Una mezcla de rubor sin desmayo, de gratitud sin vasallaje, de descaro sin exceso es la forma de responder a un acto de galantería. Por supuesto, las obscenidades, las palabras acosadoras, las miradas lascivas… no entran en esta categoría.
La literatura y el cine están llenos de grandes piropos. Nos quedamos con dos, uno de cada arte.
En el precioso libro de Miguel Delibes, Señora de rojo sobre fondo gris, encontramos las palabras que uno de los personajes, Evelio Estefanía, dedicó a su madre: “Una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. Hay pocas cosas tan hermosas que se puedan decir de una persona.
En la película de J. L. Brooks, Mejor, imposible (1997), nos topamos por sorpresa con uno de los mejores piropos, dicho por el excéntrico y maniático Melvin (Jack Nicholson) a Carol, “la camarera”. Ésta, harta de la falta de delicadeza de su acompañante, decide que o le brinda un cumplido o se va. Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, Melvin, que padece algo así como fobia social, se dispone a poner en juego toda su galantería. Carraspea y suelta: “Tú haces que quiera ser mejor persona”.
El piropo de Melvin trasciende el mero cumplido y se convierte en una bellísima declaración de amor. Es más, toda declaración de amor debería ser como el cumplido de Melvin, pues la persona amada hace que queramos ser mejores, nos “obliga” a ser mejores.
Todos necesitamos que nos echen piropos con esa delicada desfachatez que nos saca los colores y nos descubre que somos o podemos ser mejores de lo que somos. Por eso, no dejéis de piropear a vuestra pareja, a vuestros hijos, a vuestros amigos: no hacen falta sutilezas literarias ni cinematográficas, sino decir cosas hermosas con palabras sencillas.