Pantablas en la mesa familiarAl poner la tablet sobre la mesa no sólo hemos obrado una adición, dice el filósofo Fabrice Hadjadj, sino también una sustitución. La mesa familiar es, por excelencia, el lugar del reencuentro, de la hospitalidad, de la urbanidad, mientras que la tablet electrónica nos aísla, nos disloca y maleduca. La fuerza centrífuga de esta sustituye a la fuerza centrípeta de aquella.
Hemos colocado también la tablet sobre el pupitre y estamos consiguiendo un efecto similar: como ya advirtió el economista y premio Nobel, Herbert A. Simon, en una conferencia de 1969 (nadie soñaba entonces con ordenadores personales ni mucho menos con Internet), “la información se come la atención de sus receptores”, es decir, una avalancha de información producirá una ola de falta de atención.
Es lo que nos está pasando: por efecto de las nuevas tecnologías, estamos sufriendo una dispersión tanto externa como interna. La externa, por ser más evidente, no es tan preocupante como la interna. Esta última, la dispersión interna, nos alarma porque está cambiando la estructura profunda de nuestro pensamiento, nuestra forma de pensar. El hecho de que nuestra actividad intelectual se desarrolle casi exclusivamente ante una pantalla ha de tener por fuerza alguna repercusión en la forma de comprender la realidad y de argumentar racionalmente.
Como explica Hadjadj, el libro (aquel objeto que solía estar en las manos o sobre los pupitres en lugar del móvil, la tablet o el portátil) favorece el desarrollo del pensamiento causal, ya que provoca una lectura lineal y requiere concentración. La pantalla, sin embargo, exige una visión fractal y favorece la dispersión. El orden lineal de la lectura de un libro supone, si no subordinación, como mínimo coordinación sintáctica; en cambio, la visión de una pantalla, al ser fragmentaria, da lugar a la mera yuxtaposición. La diferencia no es baladí porque, si nos movemos pantalla sobre pantalla, estamos eliminando los conectores y perdiendo las relaciones, por ejemplo, de causa y efecto, tan necesarias para argumentar racionalmente o entender la realidad.
Las pantallas sustituyen la búsqueda de las causas por la acumulación de información, con lo que puede resultar que uno haya “leído” mucho y no sepa nada, porque, en el fondo, lo que hacemos no es leer sino saltar con la vista de aquí para allá. En tales circunstancias los nexos causales no aparecen, a lo sumo percibimos un conglomerado de información que nos resulta difícil de organizar y de darle un sentido. La verdad es que el proceso de la lectura y de la comprensión profunda de lo que se lee está cambiando y se está perdiendo la lectura lineal (ver artículo Los riesgos de leer a saltos).
No estamos en contra de las pantallas (de hecho, el lector está ante una de ellas), sino de montar toda nuestra actividad intelectual sobre un picoteo que sacia pero no alimenta, que engorda pero no nutre; además, no hacen falta pantallas para “leer mal”, algo que también hacemos con un libro cuando lo sometemos a una lectura mecánica o meramente consultiva. Recuperemos la Deep Reading (lectura profunda) de la que hablaba Maryanne Wolf para darle al cerebro la oportunidad de tener pensamientos más profundos de los que le vienen de fuera.
Cuentan que cuando Martín Lutero se recluyó en 1522 para traducir al alemán todo el Nuevo Testamento en tan sólo once semanas, sólo el diablo intentó distraerlo. Según la leyenda, Lutero le arrojó el tintero y siguió trabajando. No se trata de arrojarle el tintero al diablo, pero sí de saber recluirnos, de vez en cuanto, a leer sin prisas y sin pantallas.