En Francia hay cuarenta mil enfermos de anorexia. Este dato ha hecho que el ministerio de Sanidad proponga dos medidas legislativas dirigidas a evitar que las agencias contraten modelos demasiado delgadas y a poner coto a las páginas que fomentan la anorexia, por cometer un delito de “incitación a la delgadez excesiva”
Las agencias se verán obligadas a exigir a las modelos que van a contratar un certificado médico y mantener un control posterior. Por su parte, las webs que incitan a los adolescentes a no comer o que promocionan el “Thigh Gap”, el espacio entre los muslos, podrán ser multadas por inducir a la anorexia.
Esta noticia nos hace recordar el mito de Narciso y Eco, un mito que, por desgracia, muchos adolescentes y jóvenes reviven en sus propias carnes.
El dios del río Cefiso y la ninfa Liríope tuvieron un hijo al que pusieron el nombre de Narciso. Cuando nació, consultaron al adivino Tiresias sobre el futuro de su retoño, el cual les anunció que tendría una larga vida si evitaba contemplarse a sí mismo. Para prevenir que el niño viera su imagen en las aguas del Cefiso, sus padres decidieron separarse y Narciso se fue a vivir con su madre en un paraje lejos del río.
Narciso creció y se convirtió en un joven muy hermoso. Muchas doncellas se enamoraron de él apasionadamente, pero Narciso rechazaba su amor. Una de ellas fue la ninfa Eco, quien corrió la misma suerte. La joven no pudo resistir verse rechazada, pues tanta era la pasión que sentía por el joven. La desesperación le llevó a Eco a recluirse en las montañas, lejos de todo contacto con el mundo. La ninfa sólo pensaba en su amor y dejó de comer de forma que adelgazó tanto que quedó convertida en voz, capaz únicamente de repetir el final de las palabras que escuchaba.
Las jóvenes rechazadas, clamaron venganza a Némesis, quien hizo que, tras una cacería, Narciso sintiera sed y se acercara a una fuente para beber. Al inclinarse sobre el agua contempló su propio reflejo y quedó enamorado de él. Tal fue el amor que sintió por aquella imagen, que se olvidó de todo y se quedó contemplándolo hasta que pereció. En el lugar donde murió nació una flor a la que en su honor dieron el nombre de narciso.
Narciso era un joven excepcionalmente bello, pero su hermosura era sólo un reflejo. Todas las doncellas que lo contemplaban quedaban irremediablemente enamoradas, pero no de Narciso, sino de lo que él reflejaba, que no era sino la belleza ideal de ellas mismas. ¿Qué veían, entonces, las muchachas en el rostro de Narciso? No otra cosa que a ellas mismas sin ningún defecto, con una belleza ideal. Por eso no podían resistir ser rechazadas por Narciso, ya que lo eran, en el fondo, por la belleza a la que podían aspirar.
La ninfa Eco ejemplifica a la perfección la desesperación de quien no puede alcanzar lo que cree que debe ser su ideal. Eco ha sido rechazada, no puede verse reflejada en su ideal, por lo que se deja morir de hambre. Si sigue comiendo, si sigue viviendo, nunca llegará a la perfección. Ella sabe que lo que le impide llegar a esa belleza perfecta es su propia corporalidad, por eso, renuncia a su cuerpo y se queda con el reflejo que ha visto en Narciso. La única prueba de su existencia real es la voz que repite el final de las palabras que escucha. A Narciso le ocurre exactamente lo mismo, se enamora de su propio reflejo, del reflejo de su perfección, y queda paralizado y muere. La diferencia es que no queda convertido en voz, sino en flor.
Por desgracia, la historia de Narciso y Eco se repite muy a menudo en nuestros días. Miles de adolescentes, chicas en mayor proporción que chicos, se obsesionan con su figura, con su propia imagen. No se aceptan como son, sino que buscan obsesivamente la imagen que se han formado de sí mismas con la influencia de la moda, de los cánones de belleza que ensalzan la extremada delgadez y de una sociedad que sólo admite el éxito. En la búsqueda obsesiva de una imagen inalcanzable se dejan las carnes, quedando sólo su débil voz para repetir su desdicha.