El economista.14/03/17.-La sentencia sobre el caso del remedo de referéndum o “consulta” (como han querido denominarlo después) ha sido un ejemplo claro de lo que es la justicia española: lenta, inexorable y generosa.
La justicia ha sido lenta, los hechos se remontan al 9 de noviembre de 2014. Eso me recuerda que el caso Madoff en EEUU tardó menos de seis meses en condenar al encausado desde que se conocieron los hechos por un tema muy complejo y entró en la cárcel de inmediato. En este caso han sido más de dos años y cuatro meses, para un asunto en el que las pruebes eran claras, por evidentes. Y, menos mal, que en la sentencia se dice que se trata del “Procedimiento abreviado nº 1 2016” (en negritas en el escrito del Tribunal). El proceso español es demasiado garantista y se alarga innecesariamente. Eso ha dado a los acusados la posibilidad de seguir funcionando en cargos públicos durante un tiempo, que deberían haber estado fuera de la actividad política. Además, aún quedan los recursos ante el Tribunal Supremo.
La justicia ha sido inexorable. En nuestros tribunales se podrá tardar. Pero, tarde o temprano, se produce la sentencia. Nadie se escapa a la señora de los ojos vendados y la balanza. Una vez el expediente es admitido a trámite acaba dando el resultado. Puede que con lentitud desesperante. Pero, paso a paso, acaba dictaminando. En otros países Mas podría haber esperado que su caso durmiera el sueño de los justos o que ni siquiera se tramitara. Algunos dicen, maliciosos ellos, que es lo que hubiera ocurrido en la Justicia de una hipotética República catalana; y que esa es una de las razones del catalanismo militante y la búsqueda de la independencia: zafarse de unos jueces inexorables. Pero en España no ocurre así, y menos aún, cuando el asunto es de dominio público a través de los medios de comunicación.
La justicia ha sido generosa. Seguro que los jueces han sopesado todos los argumentos en derecho para dictar el veredicto. Al eximir de prevaricación a los acusados han interpretado las leyes de manera amplia. Porque gastar dinero, se hizo para un objetivo personal, o como mínimo partidista. Se puede decir que el president, en función de su cargo, podía disponer de los fondos de la Generalitat con discreción; que están en su derecho. Pero también se podría haber interpretado lo contrario. Desde luego, en las últimas sentencias conocidas por su repercusión mediática no se puede decir que los jueces españoles sean “justicieros”; son más bien misericordes. Las peticiones de la Fiscalía han sido claramente rebajadas. En este caso de diez años de inhabilitación a dos o menos. Por tanto, no hay razón para el victimismo que argumentan los condenados y sus partidarios.
Otra pregunta es si esta sentencia condicionará al tribunal que está juzgando a Homs por los mismos hechos. En pura justicia distributiva no debería haber tratamientos distintos en tribunales diferentes que juzguen los mismos hechos. Así que el diputado Homs puede esperar menos de dos años de inhabilitación y ninguna condena por prevaricación. Pero él no puede recurrir al Tribunal Supremo. A veces el aforamiento es más bien una carga que un privilegio. Claro está que si el Tribunal Supremo reduce las penas del Tribunal Superior de Justicia Catalana a Homs debería aplicarle lo mismo.
Queda un tema y es cómo se va a ejecutar la sentencia. El Parlament debería conminar a los condenados a dejar su escaño ¿y si no lo hacen? ¿Enviarán a las fuerzas de seguridad para desalojarlos ¿Mozos de Escuadra, Policía Nacional o Guardia civil? ¡Menudo numerito! La realidad es que la parsimonia de los poderes públicos españoles ha creado una situación curiosa, cuando menos.
Todo lo que se refiere al procés, como se diría en Valencia es “de traca”. Es decir: mucho ruido y luego nada. Un referéndum sin consecuencias. Unas leyes que se abortan por el Tribunal Constitucional. Una inhabilitación que veremos en qué acaba. Leyes, contra-leyes, sentencias, y abogados (del Estado en muchos casos). Mientras tanto la economía a su bola como si no pasase nada. A lo mejor es que no pasa nada y todo es, de verdad, traca, ahora que en Valencia están de fallas.