«Los padres maltratados por sus hijos aguantan demasiado»

IDEAL.-«¿Y a qué espera usted para denunciar a su hijo?».

–«A que me mate».

El excampeón olímpico de waterpolo, Pedro García Aguado, conocido por el ser conductor del programa televisivo ‘Hermano mayor’, conoce bien el fenómeno de los jóvenes que agreden a sus padres, una epidemia que, lejos de ir a menos, afecta cada vez a más familias y se alimenta del silencio, el sentimiento de culpa y la vergüenza de las víctimas. «Los afectados te dicen: ‘¡Cómo voy a denunciar a mi propio hijo! Antes prefiero que me mate’. Esto lo he escuchado yo no una vez, sino varias. Hasta esos extremos se puede llegar. Y, evidentemente, es un error. No sabría decir cuánto tiempo aguantan estas personas antes de dar el paso, pero seguro que es demasiado. Es más, por lo que yo he visto, la mayor parte de los padres que sufren este problema no es que tarden en denunciar, es que sencillamente no lo hacen», refiere García Aguado, un exadicto que logró salir del laberinto de las drogas y el alcohol para poner su experiencia al servicio de chavales que caminan por el filo de la navaja.

El juez Emilio Calatayud, titular del Juzgado de Menores 1 de Granada, coincide con Pedro García Aguado en que los padres maltratados se demoran «demasiado» antes de acudir a la Justicia y ofrece un dato. «La media sería de un año y medio. Es mucho tiempo, porque estamos hablando de un sufrimiento grande. No deberían esperar tanto. Esperar no arregla nada. Al contrario, empeora las cosas y todo acaba enquistándose. El chaval o la niña, porque este es un delito femenino en un porcentaje alto de los casos, cumplen los 18 años, quedan fuera de la competencia de los juzgados de Menores y ya no se puede trabajar con ellos para recuperarlos, porque se recuperan la gran mayoría. Entonces el problema se enquista y los padres tienen que acostumbrarse a convivir con un tirano. Y eso ya tiene muy difícil arreglo», avisa Emilio Calatayud.

Pedro García Aguado lo confirma. «Los padres interiorizan que el chico o la chica se les ha ido de las manos y se acostumbran a vivir con el miedo a que su hijo estalle en cualquier momento. Así que no hacen nada que crean que puede molestarle. Y van tirando como pueden. Es la última fase del problema, cuando ya es prácticamente imposible encontrar una solución», enfatiza el medallista olímpico.

La jueza de Menores de Jaén, María Teresa Carrasco, ya alertaba del incremento de casos hace años, y la tendencia al alza se ha mantenido. «Está aumentando el delito de maltrato familiar. Son conductas, creo, que antes quedaba en el ámbito privado y que ahora, cuando no encuentran herramientas, da lugar a que se encuentren desbordados y acudan a Fiscalía, que pone en marcha la maquinaria judicial», aseguró en una entrevista. El problema ha ido a más.

«Cada uno es un mundo»

Además, los expertos han constatado que los muchachos que maltratan a sus progenitores tienen muchas papeletas para acabar siendo, ya de adultos, agresores machistas. «No es una conjetura. Es algo que tenemos comprobado. Si a estos chicos no se les proporciona un tratamiento como Dios manda y se trabaja a la vez con la familia, terminan en la violencia de género. Es que, normalmente, la víctima del maltrato es la madre. Es muy importante tener claro que cada uno de esos jóvenes es un mundo. Necesitan una atención individualizada. No vale el café para todos», relata una especialista que lidia a diario con estos chavales y que prefiere que no se mencione su nombre.

El resultado, agrega la terapeuta, suele depender de la edad del ‘paciente’: cuanto más joven sea, más posibilidades hay de que salga adelante y modifique su conducta. «Los padres aguantan mucho y las madres, más –coincide la experta con los planteamientos del juez Emilio Calatayud y de Pedro García Aguado–. No hay que esperar a que se pongan a romper muebles, a destrozarlo todo. Es preciso abordar el problema antes de llegar a esos extremos».

La pareja, de acuerdo

Con todo, Emilio Calatayud precisa que tampoco hay que salir corriendo a la Fiscalía de Menores a las primeras de cambio. «Y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Si chocamos mucho con nuestros hijos, lo primero es intentar una mediación, acudir a especialistas en psicología etc., para que nos ayuden a reconducir la situación. La denuncia hay que dejarla para cuando empiecen a convertir la vida familiar en un infierno: voces, insultos, daños en el mobiliario, agresiones… Cuando se da todo eso ya no hay que esperar más. No es sano para nadie soportar esos comportamientos. Por cierto, si los padres están separados, es fundamental que estén de acuerdo en denunciar. Ysi no son capaces de hacerlo, el que no tenga la custodia por lo menos que no moleste», avisa el jurista, que es consciente de que las peleas de pareja no hacen más que empeorar el pronóstico.

Las dudas, los titubeos o arrepentirse cuando ya se ha tomado la decisión de denunciar tampoco es una buena estrategia. El ‘Hermano mayor’ explica que, cuando el problema empieza a mostrar su peor rostro, hay «bastantes familias» que llaman a la Policía, pero luego no se atreven a ir más allá. El resultado de esa inacción es que el niño se crece y la poca autoridad que les queda a los padres –si es que tenían alguna– se diluye completamente. La tempestad está servida.

Según se desprende de las sentencias que dictan anualmente el juzgado de Menores de Jaén, entre 350 y 400 casos al año, prácticamente la única tipología delictiva que aumenta año tras año es la del maltrato en el ámbito familiar. Mientras la delincuencia infantil y juvenil en general están descendiendo, ese porcentaje de maltratadores crece o se mantiene invariable y no decae, lo que da una idea de la gravedad del fenómeno… Aunque quizá no baste solo con los números y los porcentajes, que siempre son fríos e impersonales, para trasladar la magnitud de un problema que afecta a centenares de familias.

Museo de errores

En juzgados andaluces se llega a dramas como el de un niño que rompió un bafle en la cabeza de su padre ciego o el de otro que estrelló una bombona de butano contra el suelo para amedrentar a su madre y a su hermano. También hubo un chaval que le arrojó un radiador a su abuelo y otro que le metió una paliza a su madre porque no consiguió que la Guardia Civil le devolviera un ciclomotor que él había usado sin tener edad para ello.

En ese museo de los errores y los horrores abundan las amenazas dichas a voces, exabruptos que, a menudo, duelen más que los golpes. «¡Cállate, que yo soy un hombre y tú no eres nada!» «¡ ¡Te tengo que mandar a gente que te quiebre las piernas!», «¡Te tengo que dar diez puñaladas!» «¡Eres una mierda, me cago en tus muertos!» «¡Chivata, voy a prender fuego a la casa!» «¡Viejo, asqueroso!» «¡A ver si te da un ataque de los tuyos y te mueres!» «¡Como no me dejes salir, me tiro por la ventana!» «¡Loca, que estás loca!»… Así es como se expresa una tragedia que está a la orden del día. Aunque suene obscenamente frívolo, es el delito ‘de moda’ entre los menores.

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