Magdalena del Amo, periodista
Como siempre, nos venden la ideología feminista bien disfrazada de avance social en defensa de los derechos de la mujer, en este caso de las niñas. Los niños vascos no podrán jugar al fútbol en el recreo por una cuestión de discriminación. Como suena. Dicen que fomenta el machismo y promueve la violencia de género; y añaden que los chicos utilizan demasiado espacio, molestan con el balón, y las chicas se ven obligadas a jugar a sus cosas en un rincón del patio. Esto último es cierto y todas hemos sufrido esa cosa del fútbol, incluso algún balonazo. Pero hablar de discriminación es un disparate de diploma, ¡y la ocurrencia de la solución se las trae! No obstante, no debería extrañarnos. Es un nuevo hito en la implementación de los criterios del nuevo paradigma social.
Dejando a un lado los chascarrillos que pueda suscitar, la medida tiene mucho más calado de lo que parece y está muy relacionada con el lobby feminista que presiona para eliminar la polaridad de sexos, que según el colectivo no se debe a la naturaleza, sino a un constructo social. Su argumento fundamental es que el “género” no lo determina el sexo, por lo cual un hombre puede sentir que es mujer –y cambiarse el nombre y hormonarse para parecerlo—, y una mujer puede sentirse atrapada en un cuerpo que no es el suyo.
A través de las leyes se ha conseguido que la sociedad vaya interiorizando los criterios teóricos de estos colectivos radicales –y a este respecto estamos viendo muchos disparates—, pero a la hora de la verdad y cuando se actúa sin imposiciones, la afortunada realidad es que los niños son niños y les gusta el fútbol y disfrazarse de Superman, y las niñas siguen interesadas en el juego de la goma y en vestirse de princesas, a pesar de los nuevos modelos de niñas machotas y resabidas de los comics de diseño ad hoc. ¡Que no, señoras feministas, que no! Pero ellas no cejarán en su empeño hasta que no consigan que de manera natural las niñas quieran ser Superman y los niños Blancanieves.
Problemas de identidad de género en la infancia
Dicho lo anterior, conviene abordar un problema real y novedoso, en el que las autoridades ni siquiera han reparado. Recientemente, en España han aparecido unos cuantos niños de corta edad que sorprendieron a sus padres al decirles que no pertenecían al sexo por el que estaban siendo tratados, que querían cambiar de nombre y vestir en consonancia. Como se carece de un protocolo adaptado a los tiempos, los sorprendidos padres acuden a uno de esos centros “expertos” en género. Y a partir de ahí empieza el despropósito: disfrazan al niño de lo que quiere ser, le compran ropa de acuerdo al sexo elegido y le cambian de nombre por uno de su elección . Los problemas empiezan a llegar cuando en el colegio el niño vestido de niña reclama utilizar el aseo de las niñas. Creo que no debemos dejar a nuestros niños en manos de estos colectivos que implementan la nueva ingeniería social.
Hacia el mes de septiembre del 2013, varias madres empezaron a hacer el recorrido por emisoras de radio y cadenas de televisión exhibiendo su problema, muy bien acompañadas de la inefable Laura Antonelli y alguna otra persona del lobby denostador de la antropología natural. No quiero que se me entienda mal, y vaya desde aquí mi máximo respeto hacia las personas que se enfrentan a este problema, que en el tema de los niños es mucho más grave. Por eso no se puede permitir que los utilicen de conejillos de indias.
La teoría del “constructo social· se desvanece
Las niñas tienen inclinación por el color rosa, las muñecas y su ropita, las cocinitas, ponerse tacones, pintarrajearse con el pintalabios de mamá y vestirse de princesas. A los niños les gusta el fútbol, los coches, las grúas y la lucha. Simplificado, pero así es cuando no se los manipula. Sin embargo, una de las madres de estos niños a los que aludí, decía que su niño siempre se había sentido niña y relataba todas las preferencias que acabamos de enunciar. Y añadía que su niño había vivido el día más feliz de su vida cuando le llenó el armario de vestiditos de niña y le compró un traje de princesa y prendedores de colores para el pelo. Estoy hablando de un niño de seis años, admitido en el colegio con nombre femenino, que utiliza el aseo de las niñas, aunque con genitales masculinos. Otra de las madres, en este caso de una niña, también con género reasignado, declaraba que su hija nunca había querido muñecas y le gustaba jugar con los chicos.
Él no quería camiones y ella no quería muñecas. Pero, ¿en qué quedamos, entonces? Lo expuesto sobre el comportamiento de estas criaturas echa por tierra la teoría del constructo social. Estos niños y niñas actuaban siguiendo sus impulsos naturales, contrariamente al rol que se esperaba que desempeñasen. ¿Donde queda el mito del patriarcado?
Los disruptores endocrinos
En varios lugares están naciendo niños con sexualidad ambigua. De momento no hay un censo de casos, pero el problema existe y podría ir in crescendo si no se toman las medidas oportunas. Desde hace unos meses, en Alemania, los niños que nacen con estas características pueden ser inscritos en el Registro Civil bajo la categoría de “sexo indeterminado”, susceptible de ser modificado en un futuro. Es una vía hacia el tercer sexo que algunos colectivos de transexuales reclaman. Llama la atención que este cambio en la legislación se hizo sigilosamente, sin debate político.
Lo más preocupante de este extremo es que existen investigaciones a este respecto que apuntan a que estas anomalías sexuales podrían estar causadas por los disruptores endocrinos, una serie de agentes químicos –pesticidas, fungicidas, herbicidas, metales pesados y otros—que pueden alterar el sistema endocrino de los animales, incluido el hombre.
Algunas poblaciones animales ya han sufrido las consecuencias de los disruptores hormonales. Se ha constatado disfunción tiroidea en peces y aves; disminución de la fertilidad en peces, aves y mamíferos; nacimientos con malformaciones; feminización y desmasculinización de peces, aves y mamíferos machos; por el contrario, se ha detectado un proceso de desfeminización y masculinización en las hembras. ¿Está ocurriendo esto en los humanos?
Plaguicidas en los cultivos intensivos
Los disruptores endocrinos también afectan a los seres humanos. En zonas de cultivo intensivo de la provincia de Granada, donde se emplean abundantes plaguicidas, entre ellos el endosulfán, se han registrado cientos de casos de criptorquidias (testículos no descendidos) o penes muy pequeños. Se achaca a los disruptores hormonales ser los culpables de la disminución del número de espermatozoides y el descenso de la calidad de los mismos. Aparte de estas alteraciones, según los estudios, los disruptores endocrinos serían a su vez responsables de la incidencia de cánceres relacionados con el aparato reproductor, tanto en mujeres como en hombres.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Fácil. Por un lado, es evidente que están naciendo niños raros, unos con anomalías genitales y otros con disfunciones psíquicas, consecuencia quizá de lo primero. Por otro, parece que existe una relación causa-efecto entre estas anormalidades y determinados agentes que se están incorporando al medio ambiente. ¿Qué hacer? Investigar sobre los disruptores endocrinos, lo primero; y permitir que se publiquen los estudios, lo segundo. Paralelamente, hay que reclamar una industria con principios morales, y órganos de control competentes que vigilen las barreras que no se deben traspasar. Hoy ocurre lo contrario. Ni existe ética en la industria, ni hay transparencia en la comunicación. Muy al contrario se ocultan los datos para mantener a la sociedad en la ignorancia. ¡Y todo por la dichosa economía! Mientras tanto, Alemania, que tan bien se bandea en esto de la industria química –que le pregunten a Oneto por el titular que causó su cese de Cambio 16—, se saca de la manga el “tercer sexo” para paliar el desaguisado. No sé si quedó claro.Análisis digital.