- Son progenitores hiperprotectores que sobrevuelan constantemente sobre la vida de sus hijos
- Están pendientes de sus necesidades hasta límites insospechados
- La crisis provoca que las familias sean menos permisivas y mucho más exigentes con la educación
El Mundo.Si usted se empeña en acompañar a su hijo a una entrevista de trabajo o rellenar por él la solicitud de ingreso en la universidad, es, le guste o no, un padre helicóptero. Así se conoce a los progenitores hiperprotectores que sobrevuelan sin cesar sobre la vida de sus hijos, pendientes a todas horas de sus necesidades, de sus deseos y de su futuro.
El término es muy popular en EEUU -donde uno de cada 10 estudiantes tiene este tipo de padres- y desde hace poco comienza a oírse también en España. El fenómeno se está expandiendo en nuestro país debido, en buena medida, a la inseguridad que ha instalado la crisis en las familias tras una década de crecimiento económico por la llegada de un mundo indefinido cuyas reglas nadie acaba de entender del todo bien.
Según un estudio publicado recientemente en el National Bureau of Economic Research por los economistas Fabrizio Zilibotti y Matthias Doepke, la desigualdad y la crisis económica cambian los métodos educativos y hacen a los padres menos permisivos y más controladores.
El trabajo -que llega cuando el economista del momento, Thomas Piketty (hoy en Madrid), ha puesto de moda el debate sobre la desigualdad- ha sido muy comentado en el mundo académico porque defiende que la elección del modo en que se educa a los hijos está influenciado por incentivos económicos. Los padres deciden si utilizan un estilo autoritario, persuasivo o permisivo en función de los costes y beneficios que les reporta cada uno. En los años 60 y 70, por ejemplo, se llevaba ser permisivo, entre otras cosas porque los trabajadores poco cualificados ganaban casi tanto como los cualificados y los padres podían permitirse fomentar la imaginación y la independencia de los niños frente a otros valores, como el trabajo puro y duro.
“Los últimos 30 años, por el contrario, se han caracterizado por una creciente desigualdad que se ha visto acompañada por el aumento de los rendimientos asociados a la educación. Los niños que no logran completar su educación ya no pueden aspirar a una vida de clase media y, en consecuencia, los padres han redoblado sus esfuerzos para asegurar el éxito de sus hijos”, explica a EL MUNDO Fabrizio Zilibotti, catedrático de Macroeconomía y Economía Política de la Universidad de Zurich.
La crisis y la desigualdad económica hacen a los padres más controladores con sus hijos
“Esto no quiere decir que haya vuelto a estar de moda el estilo autoritario con castigos corporales”, precisa Zilibotti, que acaba de ser elegido presidente de la Asociación Económica Europea. “Al contrario, los padres utilizan cada vez más estilos educativos persuasivos con los que impulsar a los hijos a elegir trabajar más y pensar más en su futuro”.
Los modelos autoritario y persuasivo tienen costes en términos de tiempo, esfuerzo y preocupación, pero son rentables porque el hijo responde, en el sentido de que hace más lo que se espera de él.
El español Antonio Cabrales, catedrático de Economía de la University College London, opina que “la virtud del estudio es que nos explica que los padres que escogen un modelo u otro no están necesariamente equivocados, sino que simplemente reaccionan de manera óptima a sus circunstancias”.
“Esto sugiere que los jóvenes que están a punto de ser padres, y que se dan cuenta de los diferenciales de tasas de paro entre los que tienen sólo la ESO y los que han ido a la Universidad, sean más exigentes con sus hijos a la hora de vigilar sus estudios”, añade Cabrales.
El trabajo apunta que los estilos educativos que están más encima de los hijos se asocian a las regiones con una mayor desigualdad económica y los más relajados, a lugares -como los países escandinavos- con menor desigualdad.
¿Y en España qué ha ocurrido? ¿La situación económica influye para que los padres sean más controladores? “Mi impresión es que sí. En España veníamos de la dictadura y la gente que tuvo hijos inmediatamente después les dio una educación muy permisiva, en parte, como respuesta al régimen. En los años más recientes, esto ha ido cambiando. Las familias tienen menos niños y más implicación en cada uno de ellos. Subsistir no es la obsesión básica y se abren a nuevas preocupaciones. Ahora, el futuro de los hijos es lo que adquiere importancia. La educación es una preocupación social de la que se habla en la calle”, responde Antonio Villar, catedrático de Economía de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla e investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie).
Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, no tiene tan claro que la economía condicione el modelo educativo escogido por los padres tanto como dicen Zilibotti y Doepke, pero sí cree que “lo que está haciendo la crisis es que la gente se dé cuenta de que se necesita más la educación”.
Durante las vacas gordas, no necesariamente había que estudiar para encontrar un empleo bien remunerado. Chicos que colgaron los libros a los 15 años encontraban trabajo en la construcción ganando más que un licenciado. Pero ahora los padres son conscientes de que esas matrículas de honor, ese máster, esas prácticas sin remunerar en una firma de renombre son las que van a diferenciar a su hijo de entre los 2,2 millones de jóvenes menores de 34 años que están en paro.
De ahí que muchas familias opten por modelos educativos más tradicionales frente a proyectos pedagógicos más innovadores. Según la Encuesta Mundial de Valores, el 63% de los españoles apuesta por que sus hijos trabajen duro, frente a otros valores como la independencia y la imaginación, que son más ensalzados en la media de los países de la OCDE, pero aquí no.
“La exigencia no siempre es bien trasladada y, en vez de acompañarles, les sustituye”
De ahí el auge de los rankings sobre los mejores colegios, las mejores universidades y las carreras más demandadas, que son consultados de forma un tanto obsesiva. Las familias sienten que ya no pueden permitirse el lujo de que el hijo estudie Filología Eslava, por mucho que le guste.
“Vivimos en una sociedad cada vez más competitiva, que cada día exige más a nuestros hijos: más conocimientos, habilidades, mejores resultados… Y, al final, esta mayor exigencia es asumida por los padres y no siempre bien trasladada a nuestros hijos: queremos que lleguen a su futuro con la mochila lo más llena posible y tratando de eliminar cualquier obstáculo, error personal o intelectual que se interponga en su camino”, señala el pedagogo Jerónimo García Ugarte, colaborador del portal educativo Superpadres.com.
La crisis ha aumentado la preocupación por el futuro y ha disparado el miedo de los padres a que sus hijos se equivoquen “y a que no sean capaces de alcanzar por sí solos todas esas exigencias que pensamos que la sociedad les demanda”, añade. Por eso, “intentan sustituirles, en vez de acompañarles en su proceso de maduración”.
El filósofo José Antonio Marina está de acuerdo: “Estamos en una cultura del miedo. Hay un sentimiento de precariedad y provisionalidad y una reacción, que es la sobreprotección, el pensar que el niño no va a saber desenvolverse”.
Por eso, hay cada vez más padres helicóptero, padres apisonadora (que allanan el camino para que su hijo no tenga dificultades) y padres guardaespaldas (que se convierten en la sombra de sus hijos para que nada ni nadie pueda dañarles). Lo hacen con buena intención y con mucho cariño, pero, en ese afán por controlarlo todo, acaban anulando la independencia y la autonomía de los críos. Según los expertos, éste es “uno de los mayores errores en la educación de los hijos”.
“Los niños con padres sobreprotectores desarrollan menos competencias emocionales y a la larga son más inseguros”, advierte la psicóloga Silvia Álava, autora del libro Queremos hijos felices.
Javier Urra, ex defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, constata que el fenómeno de la hiperprotección va en aumento. “Los padres están para ayudar a caminar a los hijos, no para vivir por ellos. Doy clases en la Universidad y he visto a un padre ir con su hijo, de segundo curso de carrera, a entregar la solicitud de ingreso. ‘Es por echar una mano’, se justificaba el padre. Pero está haciendo a su hijo incapaz. Si un chico, a esa edad, no sabe gestionar su matrícula, no debería estar en la Universidad”.