ABC.18/01/14.-Se lleva muchos años hablando de educación en igualdad y parece que, al menos en lo que a enseñanza pública se refiere, se ha avanzado. Sin embargo queda mucho por hacer, especialmente desde las casas que es donde, verdaderamente, se hace la labor de educar a los ciudadanos del futuro.
Todas las personas adultas sin excepción somos la consecuencia de la educación recibida en nuestra infancia y adolescencia y, también, resultado de lo visto y vivido, de las experiencias acumuladas. España ha cambiado mucho en los últimos veinte años pero los padres de hoy, entre treinta y cuarenta año (y más) nadan entre dos aguas; de un lado recibieron una educación a la antigua usanza, de otro, cuando les ha tocado ejercer una paternidad responsable se encuentran con que el mundo ha cambiado mucho y que los valores recibidos, algunos, no todos, se han modificado sustancialmente. Y ahí es donde entra el conflicto generacional que, poco a poco, gracias a la ayuda de los psicólogos, docentes y, sobre todo a la información y orientación dada a los adultos, se va solventando.
Es una situación muy común la de un hombre de cuarenta años con una educación recibida en casa, (generalmente por su madre pero sustentada por el padre) en la que se establece que él es la parte fuerte, el que sale a trabajar fuera de casa y que, por tanto, al llegar a su confortable hogar todo tiene que estar en orden, colocado y perfecto con unos niños a punto de irse a la cama y todo hecho por una mujer que, a su vez, trabaja también fuera de casa.
Este tipo de hombre educado así se enfrenta ahora a una sociedad que ha cambiado radicalmente.
Según Elena Mayorga, escritora, bloguera, experta de la pedagogía Blanca y editora de la revista Mente Libre, “para educar en la igualdad, también tenemos que hacer un trabajo en casa de concienciación, liberarnos de otorgarle a nuestros hijos roles predeterminados según su sexo. Somos sus modelos así que en las tareas del hogar y en las decisiones prácticas e importantes sobre la familia, todos debemos participar en ellas. Nuestros hijos e hijas deben ver, aunque cada uno tengamos nuestros gustos y preferencias, que los dos limpiamos, cocinamos, pintamos la pared, montamos muebles, sacamos la basura, hacemos la compra, pagamos… Es muy buen aprendizaje para ellos puesto que, desde muy jóvenes, sabrán valerse por sí mismos y sabrán respetar como iguales tanto a mujeres como a hombres. Con respecto a este punto, los niños y las niñas se van interesando paulatinamente por las tareas del hogar. No tenemos que angustiarnos porque con dos años no quieran recoger o con cuatro no les guste poner la mesa. Dejémosles ir a su ritmo, experimentar y cuando veamos que se despierta el interés por alguna actividad hogareña, será el momento de integrar al niño en las tareas prácticas de casa. Si con dos años tu hijo o tu hija quiere barrer o fregar, dale una escobita o una pequeña fregona y déjale un espacio para que barra y friegue, cada vez que tú o tu pareja vayáis a fregar o barrer, si os pide hacer lo mismo, alentad ese interés, que sea para él o para ella algo normal. Si con tres años os piden cocinar, pensad en platos poco complejos en los que ellos os puedan ayudar, tal vez amasar, remover, untar, etc. Si con seis desea sacar la basura o fregar los platos, otorgadle poco a poco esa responsabilidad, que la realice porque le gusta, porque se siente parte del hogar y de las decisiones de la familia, por haber sido él o ella quien la haya escogido. A todos nos gusta ser partícipes de nuestra familia, sentirnos integrados y si confiamos en nuestros hijos, les dejamos ir a su ritmo, ellos mismos van pidiéndonos y asumiendo responsabilidades, responsabilidades que les ayudan a madurar y a aprender a ser adultos autónomos”.
“Tal vez, —prosigue— la parte más difícil de abordar cuando queremos educar en la igualdad sea la de superar el sesgo social y cultural. Resulta incómodo, pero necesario, el percatarse de que la mayoría de las películas que ven, los programas de la televisión o los cuentos que les contamos son marcadamente sexistas. Como madres y padres, en nuestra mano está el mostrarles a nuestras hijas e hijos que la realidad no es tal y como la pintan en las series o en los cuentos. Tenemos que acompañarles, sobre todo cuando son muy pequeños, en sus lecturas, en sus juegos, cuando ven la tele o navegan por internet y mostrarles que muchas de las ideas que les intentan transmitir les discrimina por ser niña o niño”.
“Para contrarrestar todos estos estereotipos e ideas negativas con respecto al rol de niñas y niños —explica—, tenemos que hablar mucho con ello y enseñarles a detectar esos mecanismos discriminatorios. Además, debemos mostrarles respeto hacia sus ideas, hacia su físico, nuestra admiración hacia su persona, hacia su forma de ser, nuestro cariño incondicional. Ellos van a amarse, valorarse y construir su autoestima a partir de nuestras palabras, de nuestros actos; si se sienten amados, escuchados y respetados como personas, ellos aprenderán a valorarse a respetarse y a hacer que les respeten, no sólo en casa, sino también en el colegio y en la sociedad”.
“Con frecuencia leemos noticias sobre colegios en los que se han producido situaciones de discriminación, de acoso o de sometimiento sexista. Resulta fundamental que aprendan a detectarlas y defenderse de ellas. Si tienen una alta autoestima, se valoran y tienen un concepto positivo de sus personas, nuestros hijos sabrán plantarle cara a la discriminación y al sexismo. También los maestros y profesores tienen una ardua labor que realizar, no sólo para detectar estas situaciones y cortarle de raíz, sino también, para concienciar a niños y niñas de que ellos pueden hacer lo que se propongan sin importar que sean niñas o niños. Las niñas también son buenas en ciencia, los niños pueden ser grandes en humanidades, un niño puede no querer practicar deportes muy físicos, a una niña puede encantarle el rugby. El quid está en que también en el colegio puedan estudiar, divertirse y explorar sus propios intereses independientemente de su sexo y que realicen sus tareas en libertad sin ser discriminados o denigrados por sus elecciones”, concluye.