Revista Palabra.-La ciencia y la tecnología nos han proporcionado un grado de desarrollo y bienestar nunca conocido. Saber es poder, y el moderno, emancipado de las ataduras morales tradicionales, se ha propuesto controlar y someter la naturaleza. Esta voluntad de dominio se aplica también a la vida humana, desde su comienzo hasta su final.
De una parte, el prejuicio intervencionista, propio de la medicina moderna, lleva al ensañamiento terapéutico. La tecnología y la farmacología ofrecen muchas posibilidades de actuación (y de lucro) que sería absurdo desperdiciar. Al médico le cuesta aceptar su fracaso y asistir pasivamente a la muerte del paciente, siente la imperiosa necesidad de hacer algo. Además, esa fase terminal de la vida constituye un interesante reto científico y permite experimentar en condiciones únicas. Y a la inversa: si el paciente es una carga, bien para el personal sanitario o para la familia, o no termina de morir, se le elimina sin más (eutanasia) o se le persuade para que él mismo se quite de en medio (suicidio asistido). Y siempre, en cada una de esas manifestaciones del control sobre la naturaleza humana, acecha el negocio. Es más, con frecuencia son intereses económicos los que están detrás de proyectos, investigaciones o legislacionesLeer ++