Cada vez que un personaje eclesiástico – como últimamente el Papa en respuesta a una pregunta periodística– recuerda algo tan obvio como que “el celibato sacerdotal no es un dogma”, los medios más alérgicos a la Iglesia católica entran en vibración. No es ya solo que se interesen por el tema, sino que toman partido como si la posible supresión del celibato de los curas fuera a aumentar la felicidad colectiva y el Índice de Desarrollo Humano de la ONU.
La reacción no deja de ser sorprendente. Yo no sé si el hecho de que los sijs no se corten el cabello sino que lo lleven bajo un turbante es un dogma de su religión o podría cambiar. Pero lo cierto es que me da igual, ya que no supone ninguna obligación para el que no es sij. Si no se quieren cortar el pelo, allá ellos. Supongo que habrá habido sijs que en un momento de su vida decidieron cortarse el pelo. Pero si estos medios aplicasen el mismo criterio que utilizan respecto al celibato sacerdotal, deberían publicar reportajes sobre cómo se sienten los sijs pelados y la satisfacción que ha supuesto para sus esposas.
Es conmovedora también la preocupación que demuestran estos medios por la escasez de vocaciones sacerdotales, situación que atribuyen al celibato. La realidad es que la misma o mayor escasez se advierte en las confesiones protestantes, donde los pastores pueden tomar esposa. Pero este es un dato que nunca se confronta. En cualquier caso, ya que la preocupación de estos medios nunca ha sido fomentar que la gente vaya a Misa y a confesarse, ni que los niños asistan a clases de religión, debería importarles poco que hubiera menos sacerdotes.
Para ser coherentes, deberían alegrarse de que hubiera menos propagandistas de unas ideas que ellos consideran perjudiciales. Por eso tampoco se entiende que critiquen que la Iglesia católica no acepte la ordenación de mujeres. Yo, desde luego, no me quejaría de que los yihadistas no recluten a mujeres, es más, preferiría que no consiguieran reclutar tampoco a hombres.
En una época tan emocional como la nuestra, el embate al celibato sacerdotal tiende a presentarse con recursos propios de la prensa del corazón: cartas de mujeres que aseguran vivir con un sacerdote y sienten la frustración de un amor prohibido; reportajes de curas que se han casado y que quieren seguir ejerciendo funciones sacerdotales… Corazones partidos. Se mira con escepticismo que el amor a Dios baste para llenar un corazón, pero se da por supuesto que una mujer lo colma por completo y para siempre. Se presenta el ideal del cura casado como si fuera a vivir en perpetua luna de miel y constituir una familia ejemplar. Pero si los curas no están hecho de una pasta distinta a la de los demás fieles, pronto estaríamos discutiendo sobre qué hacer con los curas divorciados.
Para que el cambio resulte menos drástico, se dice que no se trata de suprimir el celibato sacerdotal, sino de hacerlo “opcional”. Pero el celibato es siempre opcional, pues a nadie se le obliga a ser clérigo o religioso, sino que uno se presenta como candidato. Y como tampoco nadie está obligado a casarse –sea laico o sacerdote, hombre o mujer, católico o sij–, dejar que el celibato sacerdotal sea opcional es lo mismo que suprimirlo, porque entonces el sacerdote queda en la misma situación que cualquier otra persona.
Estar a favor de la libertad en este asunto es respetar el celibato sacerdotal como una opción más de las diversas variantes sexuales que hoy tienen carta de naturaleza en nuestra sociedad. Pero parece que la abstinencia es una opción demasiado trasgresora para la prensa que se dice tolerante con todas las inclinaciones sexuales.