Un hecho ha conseguido conmover la excesiva indiferencia con que el mundo musulmán, pero también el occidental, vive los reiterados casos de persecución, incluso de muerte, de los cristianos en África y en Oriente. Se trata de la detención en el Pakistán de una muchacha menor de edad, previsiblemente con capacidades mentales disminuidas, bajo la falsa acusación de que había quemado de manera consciente unos textos del Corán. En este caso se ha constatado que se trataba de un cuaderno escolar de introducción al conocimiento del Corán y que había sido una trampa urdida por el imán del barrio, Khalid Chishti, ahora detenido. También se planteaba el hecho de que hubiera grupos interesados en desplazar a la pequeña comunidad cristiana del barrio que ocupaban, uno de los más pobres, para realizar una operación inmobiliaria.
En todo caso, detrás de este hecho hay unas evidencias: en primer lugar, la actitud de una población musulmana fanatizada, que es capaz de asesinar y perseguir en nombre de Alá, del Dios misericordioso. La segunda, es una ley como la de la blasfemia, bajo la que se están cometiendo en Pakistán continuados abusos contra los cristianos. No puede olvidarse el caso de Asia Bibi, que todavía continúa en prisión y condenada a muerte por un presunto insulto a Mahoma.
La legislación vigente en Pakistán es radicalmente incompatible con la Declaración y los Pactos de Derechos Humanos de Naciones Unidas. A pesar de ello, este organismo nunca ha tratado esta cuestión, nunca la Comisión de Derechos Humanos de esta institución ha puesto sobre la mesa esta legislación absolutamente represiva y contraria a los más elementales principios humanos. Y tampoco ha habido ninguna iniciativa por parte de la Unión Europea y de Estados Unidos en este sentido.
Todo es absolutamente lamentable. Y todavía lo es más- porque resulta que es su fin-que la ONG Amnistía Internacional, que con tanta prontitud denuncia violaciones de derechos humanos, mantenga de manera sistemática un olvido absoluto de las circunstancias que rodean la persecución de los cristianos en tantos países de África y de Asia. Jamás Amnistía Internacional ha pedido que se derogase la Ley de la Blasfemia, y esto pone de relieve que para dicha organización hay dos tipos de perseguidos: unos que merecen su atención y otros que, por el hecho de ser cristianos, no deben ser defendidos ni ocupar la atención de las instancias internacionales.
Ante este estado de cosas, hay que decir que también hay una parte de responsabilidad a cargo de los propios cristianos de todo el mundo, porque lo que sucede significa que, en buena medida, su capacidad de mover a la opinión pública es muy limitada. Hay demasiados cristianos, católicos, tan ocupados en observar el ombligo de sus preocupaciones que resultan absolutamente indiferentes a lo que les pasa a sus hermanos de fe en el mundo. Peor todavía, son capaces de apuntarse a campañas sobre cuestiones de países lejanos pero, cuando se trata de personas concretas, también en países distantes que se ven perseguidos en razón del seguimiento de Jesucristo, no les mueve a ninguna atención.
Es necesario reparar este estado de cosas. Es necesario que Pakistán derogue por voluntad propia o por presión internacional esta ley, y es necesario que seamos capaces todos de conseguir que ser cristiano no sea motivo de persecución, encarcelamiento o muerte.