La educación diferenciada es educación más personalizada.Blog Son tus hijos

La visión de la persona que tenga el educador es esencial.
A pesar de estar inmersos en un mundo saturado de mensajes sobre la educación, si tuviéramos de dar una definición sencilla de educar, creo que podríamos de decir que educar consiste en acompañar a un niño a desarrollar al máximo sus capacidades, de manera que llegue a ser la mejor persona que pueda ser.
Podemos debatir sobre modelos pedagógicos, lingüísticos o tecnológicos, pero si un niño o una niña llegan a la edad adulta sin conocerse a sí mismos y sin saber qué pueden y deben aportar al mundo, creo que se habrá fracasado en su educación. Es verdad que luego la vida afortunadamente es tan rica que incluso si este proceso educativo no es del todo feliz, hay infinitas oportunidades de corregir y de mejorar.
Por todo ello, la visión de la persona que tenga el educador es esencial. Hoy en día, lamentablemente, parece que esa visión se limita a crear ciudadanos productivos pero sin poner en valor el crecimiento personal.
Podríamos resumir la acción educativa como desarrollo del ser humano en su triple condición: naturaleza humana, esencia y acto de ser personal.
En un primer nivel, el de la naturaleza humana, se trataría de educar la dotación natural de la persona, respetar su corporalidad. Un segundo paso consiste en crecer en humanidad: mejorar los hábitos de la inteligencia y la voluntad. Encontramos hoy en día una sociedad que sí entiende la educación de estos dos ámbitos, el de la naturaleza y la esencia. Se trataría así sólo de que los niños buscaran su propia autorrealización, incluso dejando de lado su vocación íntima. Y nos olvidamos de la educación o del desarrollo del acto de ser personal, que sería el tercer escalón. Y que consiste en un crecimiento de la esencia, es decir, de la inteligencia y de la voluntad, y sobre todo, de un autoconocimiento de la persona que cada niño o niña es.
La educación personal es aceptar a cada alumno como es y darle lo pertinente para que logre ser aquello que está llamado a ser como criatura. Si sólo nos centramos en la parte natural y esencial, olvidándonos de los trascendentales personales, y sólo buscamos la propia autorrealización del alumno, los educadores no estaremos permitiendo a los niños el conocerse, y saber para qué han sido creados. Y en este sentido, la educación diferenciada permite a cada alumno y a cada alumna el conocerse a sí mismo con mayor facilidad, ya que es un modelo pedagógico que atiende mejor el diferente desarrollo de las personalidad entre hombres y mujeres.
Es un hecho innegable el diferente modo en el que las mujeres y los hombres nos relacionamos con los demás, con la Naturaleza, el diferente modo en el que nos conocemos a nosotros mismos, y también el modo en el que queremos, en el que amamos y nos entregamos. Todo esto es diferente entre hombres y mujeres, y la educación diferenciada es un modelo educativo que respetando estas diferencias busca un desarrollo más personalizado de cada alumno y de cada alumna.
La socialización que busca la educación mixta no tiene por qué ser soportada de manera principal por la escuela. Fuera de la escuela hay múltiples ámbitos en los que se debe dar esa socialización necesaria entre los dos sexos. Y no parece razonable defender que la adopción de la educación mixta de manera generalizada haya supuesto una mejora de las relaciones entre hombres y mujeres, sino más bien todo lo contrario. Asistimos hoy a una fragilidad de la relación entre hombres y mujeres yo creo que sin precedentes en la historia de la humanidad. No parece que el cambio de un modelo diferenciado a un modelo mixto haya supuesto un incremento en la felicidad que aportan a las personas las relaciones con personas del otro sexo. Tampoco parece que esté siendo positiva en cuanto al mero rendimiento académico de los alumnos.
Los fines del verdadero educador deben ser:
1. No uniformar, porque nos hay dos personas iguales.
2. Respetar las tres diferencias entre las personas: la del tipo humano, la de la esencia humana y la personal.
3. Perfeccionar a cada alumno: a través del hábito de la sindéresis, mejorar sus facultades naturales, conocer a cada alumno y ayudar a cada alumno en su autoconocimiento.
4. Respetar los diferentes grados de activación de las potencias, a través de la sindéresis, lo que supone una mayor personalización de los talentos que cada uno tiene.
5. Educar la inteligencia y la voluntad de cada alumno.
6. Ayudar a que cada niño y cada niña puedan crecer todo lo que pueda.
Es evidente que estos fines se consiguen de manera mucho más sencilla en un modelo educativo diferenciado por sexos. Y también es evidente que la necesaria socialización entre personas de distinto sexo y el conocimiento entre chicos y chicas tiene otros muchos ámbitos posibles, fuera del ámbito colegial: familia, amistades, aficiones…
Pero en el ámbito escolar, desatender las diferencias entre niños y niñas, y especialmente, la diferente actuación de la sindéresis en hombres y mujeres implica pérdidas para ambos sexos: los niños pierden la intuición sobre los primeros principios vitales, y las niñas pierden lo más humano de los hábitos de la inteligencia y la voluntad. En la medida en que se educa en función de las diferencias en este hábito de la sindéresis, la persona puede crecer más, ya que se abre más a la realidad de la persona humana.
Por mucho que nos esforcemos en crear ciudadanos impecablemente alineados con los valores del momento, no obtendremos personas felices, y sin personas felices, no hay sociedad viable. Pero si conseguimos desarrollar las mejores personas que se pueda, es seguro que conseguiremos desarrollar el mejor mundo posible.

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