¿Está incitando el más alto tribunal español de Justicia a la desobediencia civil? Es lo que cabe preguntarse a partir de la sentencia del Tribunal Constitucional a propósito del llamado legalmente “matrimonio” homosexual. Según ese sentencia, denunciada como una injusticia y una temeridad social por numerosas asociaciones cívicas, además de la Iglesia, basta un que se perciba un cambio de costumbres para que los jueces interpreten la ley según entiendan ellos la evolución de los hábitos sociales.
Esto significa, lisa y llanamente, que la Constitución ha dejado de ser vinculante para los ciudadanos para convertirse en papel mojado y que eso es lo que, por ejemplo, da toda su fuerza a la deriva nacionalista de Artur Mas al pedir la independencia de Cataluña “por encima de constituciones y tribunales”, que considera contrarios a la democracia.
Pero al margen de las repercusiones meramente políticas de ese sentencia, lo cierto es que la Constitución ha dejado de ser vinculante en la medida que quien debe velar por ella, es decir el TC además del Gobierno de turno, puede modificarla según sople el viento de los tiempos. ¿Y cómo se mide ese giro de veleta? Pues según; si el intérprete tiene una vena “progresista”, de esas que aborrecen la vieja costumbre de respetar la ley y el orden -esa cosa tan fascistoide…- le pone una vara de medir acomodada a su ideología y si, en cambio, su gusto va por caminos contrarios, se acoge al espíritu y la letra de la ley y, como máximo, remite a los legisladores la tarea de cambiar los textos legales.
Lo cierto es que, a partir de esa sentencia, a la columna vertebral del Estado de Derecho se le han roto varias vértebras y le ha salido una joroba que supera la de Quasimodo: ni Estado ni Derecho. Nada de extraño es que anden ya por ahí movilizados algunos antisistema que, a propósito de los desahucios, están pidiendo por las redes sociales la desobediencia civil como la mejor fórmula para acabar con el problema: basta con no pagar sistemáticamente la hipoteca para que esa “costumbre” pueda ser interpretada por algún juez como una evolución de los tiempos. Incluso, incluso, el señor Gordillo podría dedicarse a saquear cada día los supermercados para convertirla en costumbre; ya habrá algún juez “de progreso” que lea el signo de los tiempos para absolverlo, como de hecho está ocurriendo.
Y su reducimos aún más al absurdo las “costumbres” que se están imponiendo en nuestra sociedad, ¿no podría llegar a ser constitucional lo que hoy llamados eufemísticamente “violencia de género”? Por supuesto, una vez declarado constitucional el matrimonio homosexual, ya puede darse por descontado que, algún día no muy lejano, surgirá un magistrado que considere igualmente legal la poligamia o la poliandria -hay que ser defensores de la igualdad hasta sus últimas consecuencias- tal y como ha apuntado con sorna el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi.
Dentro de esta lógica interpretativa, según soplen los vientos, no esperemos que el TC declare inconstitucional la nefanda ley del aborto en la medida que los cien miel muertes que cada año se registran en las clínicas abortivas, han pasado a ser una costumbre socialmente aceptada… al menos en el ámbito judicial. ¿O no? Y aún diría más: si la desobediencia civil a la que ha instado el TC de manera más o menos subliminal, llegara a convertirse en costumbre, ¿quien se atrevería a declararla anticonstitucional?
Pero no echemos toda la culpa al TC. Fue ese avispado contador de nubes llamado Zapatero quien, de verdad, se adelantó a todos los tiempos y a todos los vientos de la historia, para introducir en el Código Civil su propia lectura del cambio social que se iba a producir a partir de sus ocurrencias “progresistas”. Ha conseguido, con la anuencia tardía del TC, lo que ningún científico ha sido capaz de realizar en su laboratorio: cambiar la naturaleza misma de las personas y del matrimonio al extremo de suprimir de un plumazo términos tan naturales como “papá” y “mamá” que, todo lo más, han quedado relegados al seno de las familias conservadoras y, por lo tanto, cavernícolas que acaso un día serán declaradas anticonstitucionales.
Ahora bien, lo mismo que un Zapatero ha sido capaz de imponer su criterio -quizá sea mucho decir, más valdría decir su vaciedad moral- para destruir por ley la familia natural, lo que ahora se espera de un Rajoy que goza de mayoría absoluta es que, a su vez, sea capaz de reconstruirla. Ya se ha despachado su ministro de Justicia con su declaración tan formalita, de que hay que acatar la sentencia del TC, pero una cosa es acatar un fallo y otra muy distinta es llevar a las Cortes otra ley que se adapte, qué cosas, al recurso que presentó ante el TC en la creencia de que Zapatero saldría revocado…
Eso es lo que esperan muchos ciudadanos que votaron al Partido Popular, no solo por la crisis sino por todas las inmundicias que Zapatero esparció por el Código Civil.Y si no lo hace, que espere las consecuencias en las urnas, porque no será juzgado por su gestión del déficit ni por su reforma laboral, sino por su capacidad de enfrentarse al “cambio de los vientos”. Para eso no hace falta ser valiente sino, simplemente, estar respaldado por una mayoría absoluta, la que no tuvo ZP…-1 noviembre, 2012 Por Manuel Cruz-Análisis Digital.-