las últimas semanas han caído en mis manos artículos y noticias que alaban el no-hacer-nada. ¿Una tontería? No, por supuesto. Los griegos clásicos daban una gran importancia a la contemplación; en concreto, Aristóteles decía que un ciudadano no debía trabajar en algo productivo, porque eso dificultaba lo realmente importante: pensar, dialogar, contemplar… No carecía de razón, pero le faltaba algo. Trabajar, lo que hacían los esclavos en su tiempo, es también algo necesario, porque el ser humano es también cuerpo, lleno de necesidades, y porque trabajar es algo más que satisfacer las necesidades materiales sin más proyección. Pero no quiero criticar aquí a Aristóteles. Ni convertir esta entrada en un elogio de la contemplación, del descanso, del ocio, del no hacer nada. Dando por supuesto que las personas tenemos que trabajar, que hacer algo productivo, y que muchas veces nos tocará trabajar en empresas que tienen sus propios objetivos, me gustaría pensar en voz alta sobre la productividad de nuestro trabajo.
La productividad crece, decimos los economistas, cuando utilizamos más máquinas o mejores máquinas, o métodos y tecnologías más adecuados, o cuando tenemos una organizaciónmás eficiente, de manera que no se pierden los esfuerzos… Concedido. Pero aquí me interesa pensar en la contribución que hace la persona que trabaja, dado todo lo demás: la máquina, la organización, la jornada… Porque, para muchos (sobre todo los jefes en las empresas), productividad es rendimiento, es acelerar el ritmo, es hacer menos paradas, es aprovechar cada segundo… es sudar más, cansarse más… es añadir horas, llevarse trabajo a casa, estar siempre conectado… No, no es esto.
Lo que me interesa comentar aquí es cómo la atención a la persona en la empresa contribuye a una productividad mayor. Pero el objetivo no es la productividad o el rendimiento: esto es el subproducto. Lo importante es que la persona sea el centro de la actividad: la misión o el propósito interno de la empresa, que es la atención a las necesidades, esperanzas, expectativas, deseos, ilusiones de las personas que se encargarán luego de traducir esto en la atención a las necesidades de los clientes, que son el propósito externo de la empresa. Mencionaré aquí algunas ideas, sacadas de las nuevas tecnologías, y avaladas por la experiencia de muchas empresas.
- Explica al trabajador qué está haciendo, cómo contribuye a aquella satisfacción de las necesidades de los clientes. O sea, háblale de los resultados de su trabajo, y no solo de las tareas, ni solo del volumen de producto conseguido. En algunos casos, las tareas ni las mencionarás: a un fontanero que viene a arreglar un desperfecto en tu casa le dices “a ver si consigue que este grifo no gotee”. Él ya se encargará de pensar el cómo lograrlo.
- Procura flexibilizar las ocupaciones: que cada uno encuentre la tarea que le gusta, que le va bien, en la que puede ser más útil, sobre todo cuando trabaja en equipo. Esto no es una utopía, ni una vía para el desorden.
- Procura que el ambiente de trabajo sea adecuado, en lo físico, pero sobre todo en lo humano: el jefe gruñón, que se pasa el día despotricando; el compañero cenizo, que solo ve dificultades… Esto no es fácil, pero, con paciencia y perseverancia, lo puedes conseguir.
- Cuida la justicia en la retribución, que no depende tanto del salario o del convenio colectivo, como del reconocimiento de un trabajo bien hecho, de unas horas extras dedicadas a un asunto urgente… premiando esto unas veces con dinero, otras con unas palabras dichas a tiempo…
- Ofrece oportunidades para que los empleados sean innovadores. Pregúntales cómo harían ellos mejor su tarea, qué se les ocurre para mejorar esto o lo otro…
- La consecuencia de todo esto será un trabajo con sentido. El sentido no lo da la remuneración, ni la categoría, sino saber qué están haciendo, saber que lo que hacen es útil para alguien (a veces, muy útil), saber cómo están ayudando a los clientes, a la empresa y a los compañeros… En definitiva, es explicarles lo que aquel limpiador de jaulas de monos en el zoo de Londres había descubierto, cuando describió su trabajo como “creador de ilusiones para niños”.
Blog Antonio Argandoña, profesor emérito del IESE.